martes, 5 de mayo de 2009

Retornos a una isla dichosa, Rafael Alberti




La felicidad vuelve con el nombre ligero
de un presuroso y grácil joven alado, Aire.
Por parasoles verdes, las sombras que retornan
contestan, y el amor, por otro nombre: Isla.

Venid, días dichosos, que regresáis de lejos
teniendo por morada las velas de un molino;
por espejo de luna, la que el sol tiró al pozo,
y por bienes del alma,
todo el mar apresado en pequeñas bahías.

Llegad, alegres olas de mis años, risueños
labios de espuma abierta de las blancas edades.
Suenen mis ojos, canten con repetidas lágrimas
al pastor que desnudo da a la mar sus ovejas.

Ven otra vez, doblada
maravilla incansable de los viejos olivos.
Me abracen nuevamente tus raíces, hundiéndome
en las tumbas que muestran su soledad al cielo

Quiero tocaros, santas, invencibles higueras,
abatidas de zumos, pero no de cansancio.
Dejadme en la apretada oscuridad inmóvil
de vuestra fresca alcoba dormir tranquilamente.

Soñar, soñar dormido, desde allí, en las colinas
donde los algarrobos
dan su miel a las nieves de la flor del almendro;
desde donde calladas huertas corren sus límites
abriendo arcos de cal arrobados de adelfas.

Despierte, al descorrer las ramas, ya en la tarde,
padeciendo el deseo de morirme en las dunas,
cuando al sol no le espera más final que el antiguo
de embozarse en los hombros mojados de la noche.


Isla de amor, escúchame, antes de que te vayas,
antes, ya que has venido, de que escapes de nuevo:
Concédeme la gracia de aclarar los perfiles
del canto que a mi lengua le quede aún, poniéndole
esa azul y afilada delgadez de contornos
que subes cuando al alba renaces sin rubores,
feliz y enteramente desnuda, de las olas