EL ESPECTÁCULO que ha generado el anuncio -sabido, conocido, publicado
y reiterado- de que José Ramón Bauzá iba a cumplir sus compromisos
programáticos en materias lingüísticas y educativas aprobados por su
partido, ha sido, sencillamente, grandioso. Fastuoso. La cantidad de
tonterías que han dicho políticos y periodistas, manejando conceptos
que ignoran, confundiendo el culo con las témporas, atribuyendo a
demócratas impecables extremismos que ellos practican -medios,
periodistas y políticos-, recreando conceptos como «regionalismo»
sobre el cual son incapaces de definirlo siquiera en dos líneas -Jaume
Font, por ejemplo-; la apelación a pseudocientifismos legitimadores de
una gran superchería elaborada a base, primero, de crear los
«científicos» y, a continuación, expedir la bula de cientifismo por
parte de estos mismos «científicos»; la deliberada y torpe confusión
de la denominación de la lengua con otras realidades -tronco
lingüístico, por ejemplo-; la sacralización de la «unidad lingüística»
para legitimar un auténtico, puro y duro fascismo de la peor especie;
todo ello me recuerda los tiempos en que los comunistas, instalados en
el goulag ideológico y físico, otorgaban las bulas de «democracia» a
los demás o cuando los socialistas -que eran como los comunistas, pero
en tonto- denunciaban la Unión Europea -la de Schumann, Adenauer- como
paradigma del infecto capitalismo y de la «Europa de los mercaderes».
Que Última Hora y el Baleares escriban estupideces propias de los
indigentes intelectuales está en la naturaleza de estos medios y en la
naturaleza de sus propietarios. Lo que me inquieta -e indigna- es que
Diario de Mallorca traicione su historia y fundación y se apunte al
carro de Pedro Serra. Lo único que me consuela es que lo mejor de este
periódico -Matías Vallés, José Carlos Llop, Eduardo Jordá, Pepe Vidal
Valicourt...- no han escrito, guardando un prudente silencio, las
bobadas que han escrito, por ejemplo, Joan Riera o Llorenç Riera. Esté
donde esté, Andrés Ferret debe derramar lágrimas viendo la deriva de
su periódico: sus herederos intelectuales deberían dar un golpe de
timón restaurando la inteligencia editorial.
Tremendo el artículo que publicaba ayer en este periódico Carlos
Delgado, en legítima defensa personal, de su presidente y de su
partido. Va listo Jaume Font, el mismo que dice que «para cuestionar
la lengua tendría que pasarme encima un camión», una frase que revela
lo que se desprende del artículo de Delgado: el grado de
interiorización del discurso catalanista en algunos ámbitos del PP,
comenzando por el propio Font sobre el cual debe haber pasado el
camión por encima de su córpora puesto que cuestiona su lengua, la
lengua que hablaban y le legaron sus padres, el mallorquín que ha
sustituido por el catalán, metabolizando esta gran estafa que ha
practicado el catalanismo quintacolumnista que financia la Generalitat
catalana y la Generalitat balear, que todo se andará como los
castellers como expresión del pueblo mallorquín.
Esto es lo malo: que el PP -las ideas que representa y el electorado
que le vota- no asuma de una vez la condición de dispensador de bulas
democráticas y las del buen mallorquín. Comenzando por la denominación
de la lengua, que no es una cuestión «científica» sino histórica y
política: llamamos mallorquín al mallorquín porque así lo hemos
llamado durante 700 años. Y acabando por un hecho ominoso: lo que
defienden UM, el PSOE, la turbamulta calalano-ecoló-comunista, el
tránsfuga Miguel Munar, Última Hora, el Baleares, Diario de Mallorca,
Llorenç Riera, Joan Riera, Jaume Font, Rana (Nanda) Ramon, etc… es lo
siguiente:
1) Negativa a que esta sea una sociedad y un régimen autonómico bilingües.
2) Negativa a que la Administración de exprese en las dos lenguas
oficiales de Baleares.
3) Negativa a que los padres puedan elegir la lengua vehicular de la
enseñanza. Imposición del catalán en el 90% de la enseñanza pública.
5) Oposición a que los ciudadanos, en su calidad de personas, sean los
titulares, únicos y en exclusiva, de los derechos y libertades.
6) Odio a las denominaciones de mallorquín, menorquín e ibicenco, un
auténtico patrimonio cultural y lingüístico que han conseguido
laminar.
7) Odio a las «modalidades» en todas sus proyecciones léxicas,
sintácticas y expresivas, con una feroz represión a través de
comisarios políticos instalados en las instituciones.
8) Expulsión del castellano como lengua «propia» -junto con el
mallorquín, menorquín e ibicenco- de estas Islas, a pesar de que lo
hablan la totalidad de sus habitantes y, de forma exclusiva, más de la
mitad de los mismos.
Todo este catálogo de represiones, imposiciones, atentados a la
libertad, a las elementales normas de un estado democrático y de
derecho es lo que defienden todos estos partidos y personajes que
insultan al PP, a Bauzá y a Delgado por defender las libertades sin
atacar a nadie -salvo a los fascismos explícitos o implícitos- ni
excluir lengua alguna. Los extremistas del catalanismo son los que
intentan proyectar su extremismo a demócratas impecables que
institucionalmente han dirigido y protagonizado el paso de una
dictadura a un estado democrático y que, allí donde han gobernado,
desde Marratxí a Calvià han sido, además de eficaces, respetuosos y
veladores del estado de derecho.
Este orgullo de practicar y defender los principios y valores del
estado democrático es lo que echo de menos en un PP que todavía no se
ha sacudido de encima ciertos absurdos complejos cuando tiene todos
los números para enseñar democracia a estos fascismos que siguen
latentes, aquí y en el resto de España. Y que no teman: los que les
insultan -periódicos y políticos- no les votan ni les votarán nunca.
Toda esta historia de las «sensibilidades» es como el «regionalismo»
que ahora se sacan de la manga: nadie sabe en qué consisten y menos
aún los que propagan estos conceptos. Cuando el PP ha perdido unas
elecciones ha sido porque se ha pasado al bando de las
«sensibilidades» del fascismo reptante en lugar de defender sus
principios.