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¿Cuántos alumnos tiene el departamento de Filología Catalana de la UIB? ¿Tres, seis, diez, quince? ¿Y cuántos profesores? No se sabe con exactitud pero, al parecer, hay más jefes que indios, lo cual prueba dos cosas: la absoluta inutilidad de un departamento universitario que apenas tiene discentes y el cotarro económico que se ha montado el catalanismo como suculento modus vivendi. Personalmente, no entiendo los compongos y distingos del conseller Gómez y del Govern en general a la hora de justificar unas medidas- la supresión de las bicocas de la normalización lingüística- que hace tiempo que deberían haber sido tomadas, y que no lo han sido, en la derecha, por este extraño “síndrome de Estocolmo” que padecen y, en la izquierda española porque tienen pánico a que que les llamen forasteros, en unos casos como el del Partido Socialista Obrero Español, y, en otros porque, sencillamente, se sienten catalanes y están empeñados en que los ciudadanos se sientan y se quieran catalanes.
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Para colmo, la presencia y los emolumentos de los profesores catalanistas no sirven siquiera para la preservación del mallorquín, menorquín e ibicenco, sino para su laminación calculada y deliberada en uno de los más infames genocidios lingüísticos practicados en nuestras Islas. (Obsérvese que los mallorquines y sus políticos han interiorizado por completo lo de “catalán” frente a siete siglos de llamar a la lengua mallorquín, menorquín e ibicenco) Basta averiguar quién es uno de los líderes de los “lingüistas” que han surgido como champiñones- Bibiloni- para comprender con que sujetos tratamos y a qué sujetos subvencionamos. Bibiloni es un catalanista que ha fusilado la extraordinaria obra de Diego Zaforteza Mussoles sobre el nomenclátor callejero de Palma. Él es el que se ha cargado la denominación de Costa de sa Pols, sustituida por Costa de la Pols. O el que ha pretendido- no lo ha conseguido por temor a los poblers le corrieran a gorrazos- llamar La Pobla a Sa Pobla. Y es el impulsor y redactor de este breviario fascista del catalanismo que ha desvelado estos días El Mundo/ El Día de Baleares. IB3 puede vivir perfectamente sin profesores catalanistas ejerciendo de comisarios políticos. Y nuestras instituciones, tres cuartos de lo mismo.
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Lo que está ocurriendo, por obra y gracia, salutíferas, en este caso, de la crisis económica es que afloran a la superficie estos grandes cotarros nucleados en torno al catalanismo que no es una ciencia, ni un campo de investigación, sino un modus vivendi regado con cientos de millones públicos. ¿Cuántos mallorquines viven del catalanismo? Sería interesante que Joan Font Rosselló- que tiene una mente matemática y un penchant estadístico- hiciera una aproximación, tanto a lo que nos ha costado esta furia catalanista como una cuantificación de los beneficiados. En cualquier caso, la desaparición de los filólogos de IB3 permitirá, al menos, que los locutores dejen de impostar la voz, de poner los labios en forma de culo de pollo como suelen hacer los supercatalanistas y permitir que se expresen en mallorquín, menorquín e ibicenco sin mayores complejos y con la frescura de las lenguas vivas que evolucionan, se interpenetran y son instrumento al servicio de la comunicación y no al revés. De una puñetera vez: la lengua la hace el pueblo, no los filólogos que, a lo máximo que deben aspirar, es a ejercer algo asi como de entomólogos de la lengua y punto.
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