PALMA | RAQUEL GALÁN - Diario de Ibiza.
Quienes se creían dioses acabaron sus mandatos por la puerta de atrás y con el peso de una retahíla de casos de corrupción que aún darán mucho que hablar. Parece que todo comenzó con el túnel de Sóller, cuando el candidato del Partido Popular José María Aznar dijo a Gabriel Cañellas, mientras se fumaba tranquilamente un puro: «No puedes ser una piedra en mi camino a La Moncloa».
Menos de una semana después, el sábado 15 de julio de 1995, el presidente del Govern y amo de Balears durante 12 años dimitió. El caso del túnel de Sóller le estalló políticamente en el año 1995, aunque se libró de una condena de los tribunales debido a que prescribió y tuvo que ser absuelto, no porque Cañellas fuese inocente. En la sentencia dictada en 1998 sobre el cobro de 50 millones de pesetas por parte del promotor del túnel de Sóller para sobornos, se dice que no fue una infracción administrativa a la Ley de Financiación de Partidos, como argumentaron las defensas de los acusados, sino que se trató de una clara corrupción y cohecho.
Matas y Munar
El siguiente peso pesado del PP balear después de Cañellas, Jaume Matas, también intentó beneficiar al partido y, por encima de todo, ganar las elecciones autonómicas, con sus primeros escándalos: el caso Formentera y la operación Mapau. En cambio, sus últimos presuntos casos de corrupción los ha dirigido principalmente al lucro personal, aunque se han conocido cuando ya estaba fuera del poder, que perdió en 2007. Todavía se desconocen las consecuencias a nivel judicial de su sospechoso enriquecimiento privado. El día 23 de marzo Jaume Matas tiene que declarar ante el juez por el caso Palacete.
La dimitida Maria Antònia Munar es el tercer líder de la política balear que se creía un dios –mejor dicho, una princesa– y que se ha tenido que ir por la puerta de atrás debido a los escándalos de corrupción que la salpican y que fraguó en la anterior legislatura. Los casos Voltor, Maquillaje y Can Domenge han llenado páginas y páginas de autos y periódicos durante toda esta legislatura. La corrupción nunca había llegado al Parlament de este modo, aunque ahora ha tocado lo más alto: a su presidenta, que pone fin a una era.