Una mentira al descubierto sobre una discusión estéril en torno a un espectáculo legal. Una actividad que genera ingresos de forma directa por los impuestos que soporta y de forma indirecta a través de todo el entramado socioeconómico que conlleva la Fiesta. Y eso es así en Cataluña y en el resto de España.
Quienes han tenido la gallardía de comparecer ante la Cámara catalana han explicado una realidad legal. No se trataba de justificar nada ni, mucho menos, de pedir perdón. De eso saben los aficionados catalanes que han vivido durante décadas un intento de erradicación perfectamente urdido. Acudir un domingo a la Monumental de Barcelona supone, además del desembolso de los 60 ó 70 euros que cuesta una localidad, que te insulten. Un grupo de antis -antitaurinos y antitodo- se encargan de mentarte a la familia, de llamarte asesino desde la impunidad que da el tener delante un cordón policial. Y si a uno se le calienta la sangre e intenta la réplica, un educado mosso d´esquadra te invita a pasar por alto la nimiedad de que se hayan
acordado de tu madre y de tu padre. Todo sea por la libertad, de algunos.
Ha quedado meridianamente claro que la Fiesta ni ataca a Cataluña ni a los catalanes. Durante años han intentado hacer creer que los toros son un espectáculo ajeno, franquista y para turistas. En esa Cataluña feliz la Fiesta no tenía cabida, como tampoco la Corona de Aragón -rebautizada catalano-aragonesa-, ni ese padre Ebro que «nace en tierras extrañas». Se olvidaron deliberadamente de que la Historia del Toreo es también Historia de Cataluña.
Y cuando ese cerco milimétrico a la Fiesta ya había provocado el cierre de todas las plazas excepto de la de Barcelona, se intentó el golpe definitivo. Para asestarlo, Esquerra Republicana escenificó aquella propuesta de suprimir la muerte del toro en la plaza. Luego, la Iniciativa Legislativa Popular ha desencadenado esta batalla.
El debate «toros, sí; toros, no» no va a mover a nadie de sus posturas, pero ha servido para algo que va más allá de lo puramente taurino. Ha demostrado que el toro es la excusa. Ya es triste que en el Parlament se haya tenido que clamar respeto y libertad, mientras no ha cesado una lluvia de descalificaciones con esa maquinada insistencia de comparar las corridas de toros con la ablación o el maltrato a las mujeres. Argumentos que desprecian precisamente el respeto, que niegan de raíz -sin querer ir al fondo- cualquier aspecto de la Fiesta.
No han entrado al trapo, han manseado los antitaurinos que han mantenido su incesante verborrea insultante. Su intención no era ahondar en la realidad del espectáculo taurino en Cataluña, si no hacer un enésimo brindis al sol con su «animalismo de salón».
Y en base al respeto y a la libertad, los defensores de la Fiesta han puesto sobre la mesa todos los aspectos suceptibles de análisis y hasta de mejora. Del cultural y artístico al medioambiental y ecológico; del económico al social. Del nacionalismo fanático a la Cataluña real.
Ayer, Miquel Ferré, presidente de las peñas taurinas de Terres de l´Ebre espetó: «Soy catalán y me gustan los toros. No por eso me siento más o menos catalán». Ni él ni nadie.
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