El adoctrinamiento pancatalanista no da tregua. Ahora también quieren las calles. |
A medida que se van conociendo más detalles de estas tres semanas históricas de juerga revolucionaria, se va esclareciendo el verdadero rostro de los cabecillas de la Asamblea de Docentes. Ya sólo faltaba la mecha al cóctel molotov formado por Jaume Sastre, su compañero de fatigas Josep Palou y el euskaldún Iñaki Aicart, nada menos que Arnau Matas, un estudioso en boicot y desobediencia civil, el mismo que dio cobertura desde su página web a la extorsión de los comercios contrarios a la huelga indefinida. Este tipo de comportamientos, que tanto nos recuerdan al mundo abertzale, eran inimaginables en Mallorca hasta hace unos años.
La marea verde, que algunos periodistas –felices por fin de haber vivido su mayo sesentayochesco en una isla abúlica– todavía siguen pintando como democrática, generosa, solidaria y no sé cuantos epítetos más, ha dejado a su paso un reguero de delitos, conculcaciones de derechos fundamentales y una estafa monumental a las arcas públicas, atropellos que el Govern y las familias deben investigar y denunciar. Por muy justas que fueran sus reclamaciones –que no lo eran–, la Asamblea de Docentes nunca tendría que haber traspasado algunas líneas rojas. Llegar a extorsionar a los comercios con un impuesto revolucionario con la amenaza de incluirlo en unas “listas negras” pone de manifiesto su batasunización, su disposición maquiavélica a utilizar cualquier medio para alcanzar sus fines, un rasgo inherentemente revolucionario e impropio de un Estado de Derecho.
Para estas mentalidades extremistas, fanáticas y dogmáticas, el fin siempre justifica los medios: pisotear los derechos individuales y constitucionales (“sutilezas pequeñoburguesas”, las llaman) es un sacrificio necesario en aras a alcanzar la sagrada causa a la que se entregan con fervor, sea la anexión de Baleares a la Gran Cataluña o cualquier utopía anticapitalista o antipatriarcal. La huelga no es un instrumento para mejorar las condiciones laborales, es un instrumento de lucha política –en la que cabe todo, incluso derribar el Govern desde la calle- para consumar la revolución pendiente en la que sueñan todos los días. De ahí los desmanes cometidos durante la huelga indefinida, a los que estos radicales arrastraron a muchos docentes que pensaron que, dejándose llevar por la masa vociferante y el jolgorio verde, todo era posible: las reglas de convivencia olvidadas, el civismo aparcado y los deberes profesionales suspendidos.
Difícilmente erradicaremos, sin embargo, estos comportamientos si la izquierda política y mediática sigue mirando para otro lado y aprovechándose de estos sujetos –les hacen el trabajo sucio– para sembrar el caos en las aulas y así desgastar al Govern. No todo vale en política, algo que parecen haber olvidado Armengol y Barceló que, por otro lado, no vacilan en acusar a la consejera, ¡vaya hipocresía!, de “listas negras” cuando sólo cumplió con su obligación de vigilar qué estudiantes iban o no a clase, alentados a vaciar las aulas por parte de maestros y APIMAs.
La pregunta que deben hacerse muchos padres es qué puede esperarse de maestros como Sastre, Palou ó Aicart y qué pueden aprender sus alumnos a no ser organizar batucadas y montar barricadas. Da grima sólo pensarlo. Más preocupante es que el sector docente, un colectivo formado y con estudios, se haya dejado pastorear por semejantes sujetos hasta el punto de perder el sentido de la realidad. Es la mejor prueba del desfonde moral, cívico e intelectual de una profesión que, hasta antes de la huelga, todavía contaba con el reconocimiento mayoritario de las familias.
El Mundo de Baleares, 12 de octubre, 2013, vía Rebaleares
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