jueves, 4 de febrero de 2010

El peaje arcaico de las veguerías, por Valentí Puig

BIEN podría escribirse un elogio de las provincias. Su inventor, Javier de Burgos, luego apuntó más alto y escribió sus odas a la razón y al porvenir. Cosas de los tiempos regentes de María Cristina. Dividir España en provincias fue un invento ilustrado y razonable, un proyecto de eficacia administrativa y de centralidad operativa. Ahora, en Cataluña, se sustituyen las provincias desempolvando el arcaísmo de las veguerías, que viene a ser un ejemplo de reorganización territorial que algún día podría servir de ejemplo para algún Estado fallido en trance de recomposición, aunque hoy por hoy sólo se insinúa como oficina de empleo público y paradigma de disfunciones caras. El catalanismo como eje modernizador lleva un tiempo en dique seco.
 
Según lo habitual en aquellos tiempos, Javier de Burgos había sido afrancesado y luego optó por el moderantismo, tras catar el exilio en Francia. Es la escuela de quehacer público que va de Jovellanos a Cánovas. Su labor no consistió en un trazado arbitrario, ni con sólo tiralíneas: tuvo en cuenta las regiones históricas y los antiguos reinos de España, la realidad pertinaz de la geografía, criterios demográficos y de extensión. Desde aquel buen año de 1833 esa fue la división territorial de España, rearticulada en 1978 según el Estado de las autonomías, y nadie se había quejado mucho. De hecho, las demarcaciones provinciales constan claramente en la Constitución de 1978. Ahora tendremos el reconcomio entre Tarragona y Reus por la capitalidad de su veguería, lo que puede quedar resuelto por las bravas instituyendo dos veguerías en un enésimo menoscabo constitucional. Haría falta otro Sender para escribir un nuevo «Mr. Witt en el Cantón». ¿Por dónde andarán los viejos jacobinos del PSOE en este siglo XXI?
 
Al analizar magistralmente los primeros pasos del Estado constitucional, el profesor Alejandro Nieto recuerda el peso determinante que en aquellos momentos tuvo la guerra civil, la guerra carlista. Era muy grande la vulnerabilidad del Estado liberal nacido en Cádiz. En todo caso, la opción provincial llevaba tiempo sedimentando. La propuesta de Javier de Burgos era «profundamente» administrativa y no «superficialmente» política, aunque luego eso fue trastocado al suceder los gobernadores civiles, agentes del gobierno, a los subdelegados. Inicialmente, era una «Administración de fomento» y los subdelegados de Fomento que se crearon -dice Nieto- debían «mantenerse en lo posible al margen de lo político para centrarse en el «fomento» de la prosperidad de los individuos y los pueblos».
Insiste el profesor Nieto: como hombre de la Ilustración, Burgos no quería que los subdelegados hiciesen política, sino que fomentasen la prosperidad del país. Decía la «Instrucción para los subdelegados de Fomento»: «Hacer bien es la incumbencia esencial, la suma de todas las atribuciones de la Administración». Reclamaba a los subdelegados «severidad con el crimen, indulgencia con el descuido o la flaqueza, respeto a la inocencia, miramientos con cuantos lleguen a invocar la justicia a su favor». Pequeñeces de la Ilustración y del primer moderantismo. Centralizar era lo moderno.
Ahora la Cataluña de Esquerra Republicana, con el asombroso consentimiento socialista, opta por el sistema anacrónico de peaje de las veguerías. Pronto habrá añoranza provincial en Cataluña hasta que llegue el olvido. Los historiadores nos dicen que sobre la traducción que Javier de Burgos hizo de Horacio hay sus más y sus menos. Pero entre Horacio y las odas a la razón anda el juego.
 
ABC
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