No pensaba yo que acabaría juntando unas letras elogiosas sobre Duran i Lleida, pero con lo que ha dicho sobre la exigencia del nivel C de lengua catalana a los profesores universitarios no puede tener más razón. Igual que Sala i Martín, que después de hacer equilibrios con la contabilidad del Barça y los vicios de su ex presidente ha debido ser poseído por su lado liberal y se ha manifestado también contrario a la exigencia del patricio Huguet, fino y suave como una escudella catalana o una olla aranesa en agosto. El único que no se entera de nada es Corbacho, al que la exigencia le parece razonable. Ya sólo le falta presentarse en sus foros habituales y en los escenarios en los que ha cosechado sus grandes éxitos, es decir, las casas regionales y las asociaciones de vecinos, y explicarlo. Y si puede ser, mejorar su propio nivel de catalán, muy deficiente.
Yo tengo que reconocer que de la noticia me sorprende la oposición real del sector y que el nacionalismo se haya asustado de sí mismo. Lo que dicen es lo que todo el mundo piensa: lo importante de un profesor es que sea bueno. Lo que pasa es que eso es aplicable a todo lo demás, y en todo lo demás la imposición les parece muy correcta. ¿Por qué no se dice lo mismo de los comercios? Pues seguramente porque no es lo mismo cambiar un simple rótulo, que te obliguen a dar la clase en catalán. Y el pequeño comerciante no ha salido precisamente a defender a sus propios, que no hubiera estado mal, teniendo en cuenta que les multan por rotular en una lengua oficial y no por vender género caducado. El comercio catalán o, mejor dicho, sus representantes, siguen preocupados por el mantenimiento de la marca "pequeño comercio" para evitar la competencia y que los manteros no cuenten con el favor de los políticos.
Un sector que sí se ha opuesto a la imposición es el del cine, y es que desde hace tiempo en las salas de Cataluña, antes de la peli, te pasan un mensaje junto al de "Ahora la Ley actúa", diciendo que "Si el proyecto de ley del cine se aprueba como está previsto, no podrás ver más películas en esta sala" –o algo así, perdón. En la cuestión del cine la cosa ya no es cambiar un vinilo, sino doblar películas y ponerlas en la cartelera para no ganar dinero. Roures, el amigo de ZP, también está en contra de la ley del cine, o por lo menos piensa que es mejor subvencionar que multar, sobre todo si la subvención la cobra él. Pues nada, se lo puede decir al marido de la señora Chacón, que tiene hilo directo con el PSC.
Al margen de la imposición, que es bastante, en el asunto universitario hay una mezcla entre una burda eliminación de la competencia por parte de un sector del profesorado, una reacción contraria de otra parte pronacionalista o no muy mucho, pero que da sus clases en castellano y que no está a sus años por la labor de reciclarse y, también, el miedo de algunas universidades de quedarse con unas instalaciones magníficas, pero con cuatro alumnos y dos profesores. De hecho, el rector de la Universidad de Lérida se echó atrás respecto a una ocurrencia similar, pero para los alumnos, harto como estaba de formar a "gente de fuera", según manifestó. El señor Viñas acabó diciendo que podría frenar la internacionalización de la universidad, aunque el miedo real era perder los alumnos y profesores aragoneses. Es muy bonito tener estación del Ave, universidad y aeropuerto en cada capital de provincia, pero hay que dotarles, digamos, de usuarios.
En fin, habrá que tomarse una copichuela para celebrar que, aunque parcialmente, el nacionalismo se haya asustado de sí mismo.
Libertad Digital