Mallorca es una potencia mundial en hostelería gracias a la formidable expansión internacional de nuestros hoteleros que enlazan, puesto a buscar antecedentes históricos, con aquellas épocas en que Mallorca tenía abiertos consulados prácticamente por todo el mundo occidental conocido. Curiosamente, esta expansión internacional, provoca, especialmente en los ámbitos de la izquierda y del catalanismo, reticencias, criticando que los hoteleros en lugar de invertir allende los mares lo que deberían hacer es invertir aquí.
Sorprende que, a estas alturas de la globalización y aunque no existiera la globalización, surjan estas pedestres críticas propias de mentes pequeñitas que muestran, además, un supino desconocimiento de elementales leyes económicas. De entrada, ¿invertir aquí, dónde? Sólo a algún insensato despistado puede ocurrírsele semejante dislate habida cuenta la inseguridad jurídica, el realganismo de los políticos de turno y, en el fondo, el odio solapado hacia todo lo que suponga progreso y expansión.
El que nuestro sector hotelero se haya internacionalizado debería ser motivo de orgullo y de parabienes. Se está exportando un know how reconocido mundialmente, se crean excedentes empresariales que permiten la inversión aquí- la aventura de Barceló con el Hotel Formentor no sería posible sin su condición de multinacional- se generan puestos de trabajo y posibilidades de inversión para mallorquines y empresas mallorquinas en todo el orbe, y la presencia de hoteles mallorquines por todo el mundo son una ventana de Mallorca al exterior. El pecado capital más feo es el de la envidia. Bajo estas críticas recurrentes sólo hay envidia ante la excelencia y el triunfo ajeno. Todo, en efecto, muy pequeñito.