sábado, 8 de mayo de 2010

Miquel Porta Perales sobre las injusticias y el absurdo del catalanismo


Miquel Porta Perales, incansable en su afán de denunciar los usos y abusos del nacionalprogresismo catalán (Adéu al nacionalisme, Dues millor que una, Malalts de passat, Si un persa viatgés a Catalunya) habla sobre los temas que aborda en su nueva obra, Diccionario persa de Cataluña. Una guía para entrar y salir de Cataluña, en Esfera de los Libros, provocadora y aguda, a buen seguro, la de mayor calado y estilísticamente más lograda.

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Desmonte en pocas palabras las referencias históricas a las que la ideología nacionalista no se cansa de apelar.

Esto se desmonta simplemente leyendo. El nacionalismo, cualquier nacionalismo –el catalán, el español, el irlandés, el zulú, suponiendo que haya un nacionalismo zulú–, simplemente inventa una identidad a partir de la selección, tergiversación o manipulación de aquellos elementos que considera propios, lo cual implica la exclusión de los que considera impropios. En el caso de la Cataluña actual, significa la exclusión de más de la mitad de los ciudadanos.

¿Puede concretar un poco más?

Mire, si hiciésemos caso de lo que dice la historiografía patriótica nacionalista sobre el 11 de septiembre del año 1714, por ejemplo, creeríamos que hubo una gran resistencia a las tropas borbónicas. Pero la verdad es que, en principio, entre 1700 y 1705, los catalanes y los políticos catalanes apuestan por los Borbones y después, cambian de bando por una estricta cuestión económica, dado que los Austrias les prometieron un mercado mucho mayor en el Mediterráneo. Y que, en realidad, la resistencia fue más bien escasa y geográficamente localizada en un triángulo trazado entre Barcelona, Tarragona e Igualada.

En cuanto al gran héroe nacional, Rafael de Casanova, para seguir puntualizando, sería lo que en Cataluña se llama un botifler [término despectivo –sinónimo de traidor españolista– con el que en Cataluña se suele designar a los ciudadanos que no se tragan el ideario del nacionalismo catalán].
En primer lugar, Casanova fue partidario de pactar con los Borbones; en segundo lugar, mientras los defensores de Barcelona pasan aquella noche del 10 al 11 de septiembre luchando, él se queda en la cama; en tercer lugar, cuando, después de ser llamado, acude al frente y es herido de escasa gravedad, se retira enseguida; y por último, una vez curada la herida, Casanova quema los archivos, consigue un certificado de defunción, delega la rendición en otro consejero y huye de la ciudad disfrazado de fraile; cuando al cabo de los años regrese a Barcelona, vivirá muy cómodamente en la España borbónica.
Por lo demás, el Decreto de Nueva Planta supuso un beneficio indudable para Cataluña ya que, cito ahora al historiador Vicens Vives, “supuso barrer los residuos de la oligarquía barcelonesa”, así es que si yo fuera de izquierdas, alabaría este decreto, pues tiene la virtud de considerar por igual a todos los habitantes del reino de España. En este caso, Felipe v era mucho más revolucionario, mucho más de izquierdas e incluso mucho más republicano que los que todavía defienden a la oligarquía barcelonesa.

¿A qué intereses responde que se incluya esta fecha como referencia mítica en el proyecto del nuevo Estatuto?

Que se incluya esto y, añadiría, lo que es más grave, la apelación a los derechos históricos. ¿Cómo puede ser que en el siglo XXI y, por parte de la izquierda, se apele a algo que está entre los señoríos medievales y las monarquías absolutas del XVII? Creo que simplemente se trata de la enfermedad de pasado que tiene el nacionalismo catalán, que quiere distinguirse del otro a cualquier precio, lo que en este caso significa distinguirse del español que, precisamente, resulta ser el más próximo. Algo realmente estúpido.

No es frecuente que un ensayista adopte una identidad ficticia. ¿Por qué tanto en su libro anterior (Si un persa viajase a Cataluña) como en éste (Diccionario persa de Cataluña) adopta la del persa Usbek. ¿Cuánto de usted hay en el personaje? ¿Cuánto de juego?

La idea proviene de las Cartas persas de Montesquieu y me pareció, salvando todas las distancias, que podía resultar un discurso más apropiado para los lectores de libros de no ficción. ¿Y cuánto hay de mí? Yo diría que el 100%, aunque debo decirle que la aventura que Usbek tiene con la bibliotecaria es una invención.

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En su poco académico diccionario, llama la atención un comedido sentido del humor (“Raíces: No entiendo por qué los catalanes dicen que tienen raíces cuando es evidente que los seres humanos no tienen raíces, sino piernas”), la mirada perpleja y el distanciamiento irónico de la realidad que critica. También destaca la concisión de pensamiento (“¿Quién mata a quién?: En Cataluña los muertos matan a los vivos y el peso del pasado impide encarar el futuro”) y un estilo austero que parece nutrirse del Pla de los diarios, al que, por otra parte rinde homenaje a través de una cita (“Izquierda catalana: ‘En este país, hay una manera cómoda de llevar una vida suave, tranquila y relajada: consiste en afiliarse al extremismo razonable y lavarse las manos, pase lo que pase’”). ¿Qué hay de Pla en su visión de Cataluña?

A mí, lo que me interesa de Josep Pla es el Cuaderno gris que, además de autobiografía, es una crítica del totalitarismo de principios de siglo XX. Pero para escribir este diccionario no me he inspirado en ningún autor; las entradas surgían casi espontáneamente, a partir de alguna noticia en la prensa o de un comentario en radio o televisión… un chiste, una sensación, cualquier cosa daba pie a escribir.

Fíjese en algunas de las definiciones que he encontrado en su diccionario: “Cataluña: Comunidad autónoma del Reino de España que, dotada de un grado importante de autogobierno, siempre pide más de lo que le corresponde”.


“Familia: La clase política catalana es una familia que reúne dos tradiciones: la summa marxista y la dogmática nacionalista. A los unos y a los otros, aún les dura el empacho. Como sucede en las buenas familias, se protegen mutuamente”.


¿Qué les contestaría a aquellos que puedan leerlas como un signo inequívoco de catalanofobia o, para rizar el rizo, de expresión de auto-odio?

Pues que padecen de un alto grado de estulticia, puesto que son incapaces de ver la realidad tal como es. La “catalanofobia” y el “auto-odio” son los grandes inventos de la última década en Cataluña, que sirven para descalificar a cualquier persona que tenga una idea o un proyecto político distinto del oficialmente aceptado. En definitiva, es un modo de cercenar el pensamiento libre.

En su diccionario abundan las citas, tanto para justificar posiciones mediante el pensamiento de otros (ej. Abraham Lincoln, Lord Acton) como para denunciar las declaraciones de no pocos políticos e intelectuales catalanes a través de sus propias palabras (ej. “Lengua y genética”, “Metamorfosis del héroe”) ¿A qué se debe su insistencia en las citas?

Para mí, la cita es una manera de evidenciar la realidad existente, así como de apuntar hacia lo que podría ser y no es; por una parte, la expresión del pensamiento cerrado del nacionalprogresismo catalán y por otra, la de puntos de vista abiertos y alternativos. Hay algunas muy duras, como las ocho que introduzco en la entrada “Chovinismo” (de Valentí Almirall, hasta Salvador Sostras, pasando por Enric Prat de la Riba, Joan Maragall, Josep A. Vendellós, Manuel Cruells, Manuel de Pedrolo o Heribert Barrera), retrato a lo largo de ocho siglos de la cara más oscura de la ideología nacionalista excluyente y hegemónica. Pero las citas tienen la virtud de poner en palabras de otros lo que critico o lo que pienso.

Al menos en una entrada (“¿Qué hay que hacer con los judíos que viven en Praga y escriben en alemán?”) menciona una encuesta a intelectuales catalanes publicada en la revista Taula de Canvi en el número correspondiente a los meses de julio y agosto de 1977. A la más que sospechosa pregunta “¿A los catalanes (de origen o radicación) que se expresan literariamente en lengua castellana hay que considerarlos como un fenómeno de conjunto que hay que liquidar a medida que Cataluña asuma sus propios órganos de gestión política y cultural?”, las respuestas de algunos escritores e intelectuales fueron, cuanto menos, inquietantes. Salvador Espriu: “No lo sé. Pero espero y deseo que sí”. Manuel de Pedrolo: “Se podría decir que no hemos de discutir a nadie el derecho a escribir en la lengua que quiera, pero la contrapartida es que nadie tiene derecho a convertir una lengua forastera en un arma de destrucción de la identidad del pueblo al cual pertenece o en el cual se inserta”. Antoni Comas: “Como hecho colectivo o de grupo creo que, efectivamente, es un fenómeno de conjunto que hay que liquidar a medida que Cataluña recupere sus propios órganos de gestión política y cultural”. Joaquim Molas: “Si las soluciones son las que deberían ser, los que utilizan la lengua castellana –que, de hecho, pertenecen a la literatura castellana– tenderían a desaparecer”. Francesc Vallverdú: “La cultura catalana se puede manifestar, y de hecho se manifiesta, a través de diversas lenguas, siempre que el sujeto de esta manifestación exprese una clara adhesión a la cultura nacional”.


Al cabo de treinta años, ¿se han hecho realidad aquellos “deseos” tan patrióticos?

Lo más curioso de aquella pregunta es que la formulara una revista que era de izquierdas, y en una época, la de la transición, en que se abrían todas las posibilidades democráticas. Creo que el exterminismo todavía existe en una parte importante del nacionalismo cultural catalán, pero ahora es imposible llevarlo a cabo. Ahora, más que un objetivo exterminista, se da uno de sustitución lingüística del castellano por el catalán, a través de la política lingüística de la Generalitat. Pero yo supongo que los “normalizadores” e “inmersores” lingüísticos no son idiotas y se han dado cuenta de que es imposible normalizar a una población que ya está normalizada, sea en lengua catalana, sea en lengua castellana. Tengo la impresión de que las políticas actuales obedecen a una especie de impulso mecánico o reflejo para justificar una ideología o incluso unos presupuestos. Algo que en el fondo es altamente perjudicial para la lengua catalana, a la que están convirtiendo en un nuevo latín porque mucha gente, por rechazo, no la utiliza.


Entrevista realizada por Leah Bonnin en Letras Libres, julio 2006.