miércoles, 6 de mayo de 2009

Judíos en Ibiza


Ibiza| ALBERTO FERRER La colonia hebrea en Eivissa puede superar las 200 familias, calcula Yoel Kraus (28 años), que ha venido a Eivissa para ser su guía espiritual. Dice que es una comunidad discreta, encerrada en sí misma y víctima de los tópicos, algunos de antes de la dictadura franquista. Su procedencia es internacional, como Kraus, que viene de Israel siguiendo algo muy parecido a un designio divino, uno más en su camino: antes fue intermediario entre las marcas de moda en Estados Unidos y las fábricas que debían manufacturar sus diseños y vivía en Nueva York. Volvió a su patria para el servicio militar obligatorio. Allí encontró su fe, entre los judíos ortodoxos; a su pareja (una española conversa que conoció haciendo de guardaespaldas) y su destino: una isla que muchos rabinos consideran tomada por el pecado.
La Tora se abrió para responder a Yoel Kraus «sí», cuando le preguntó si debía venir a Eivissa. La Tora fue más lejos: le aseguró que en la isla a los judíos les faltaba un guía espiritual y le estarían esperando. Así habló la cábala. En Israel le advirtieron de que no existía una comunidad hebrea organizada, pero a pesar de ello se embarcó. Lo suyo no es fe, sino certeza, en la providencia.
Por lo mismo que, recién licenciado del ejército, la tora le dijo que buscara un empleo relacionado con la juventud. Al poco le telefonearon para proteger a los escolares de un viaje de estudios. Y trabajando de guardaespaldas conoció a Salomé, una joven nacida como católica en España, «que descubrió que descendía de antiguos marranos –sefardíes que renunciaron a su religión por la persecución de los Reyes Católicos– y se convirtió al judaísmo», explica Kraus.
Tan convencido estaba de que la isla le necesitaba, de que respondía a su llamado, que cuando llegó al puerto y bajó del barco fue «saludando a todo el mundo y dándoles la mano hasta el hotel», que no estaba muy lejos. Sus primeros días en la isla los pasó en el hotel Montesol, que también fue su primera base de operaciones.
El rabino, ataviado con su llamativa indumentaria para el rezo –con las largas tiras de piel del tefillin enroscadas en su brazo y sobre la frente, simbolizando la unión de la fuerza física y la intelectual– bajó alguno de esos días a orar en Vara de Rey, y ahí encontró a alguno de esos fieles que estaban en la isla sin un rabino que guiarles, muy pocos. Al resto de transeúntes, aquello les parecería una locura más de la isla del desenfreno. Algunos, como un camarero del hotel, le pidieron una mezuzah, una tablilla que para algunos es un amuleto pero que, en realidad, es un recordatorio de la presencia del Supremo.
Kraus ha venido sin apoyos y sin la red de seguridad que constituye el judaísmo internacional para sus fieles y sus pastores. Le advirtieron que estaría solo, e incluso algunos miembros de la comunidad han dejado de hablarle por su elección. Es cierto que el excesivo libertinaje y el poco pudor en el vestir de muchos isleños atenta contra el mínimo pudor de un judío ortodoxo, pero el rabino dulcifica ese conflicto con sus convicciones: «se ve que es gente que cuida mucho su aspecto, su apariencia. Sólo hay que esperar a que empiecen también a cuidar su espíritu», y ahí es dónde entra él.
En su búsqueda de la grey perdida de David en la isla, Kraus va obteniendo los primeros resultados. Le sorprende que los que más interés han mostrado por la cábala –popularizada por la conversión de famosos como Madonna– sean los ajenos al judaísmo. Pero, poco a poco, van surgiendo los hijos perdidos del pueblo de Abraham.
Este año, como algo excepcional, la Pesaj, que conmemora el éxodo de Egipto de los judíos liderados por Moisés –la pascua judía–, ha coincidido con la Semana Santa cristiana. En estos días, la casa de la rosa de Sharon que alquila Kraus en Sant Llorenç –«otra premonición», dice él, ya que con ese nombre se designa también a la comunidad hebrea– se ha llenado de bullicio. Hay judíos, pero también mucha gente a la que ha invitado el rabino a participar en sus celebraciones.
Él acoge a todo el que quiera acercarse a su casa a tomar un té y escuchar sus canciones. Los rabinos festejan, saltan y bailan. Y a pesar de que su estilo es más que opinable, es indudable que exige estar el forma predicar la Tora (el Pentateuco, que agrupa los cinco primeros libros de la Biblia cristiana):?http://www.youtube.com/watch?v=GtWB9MtXB8M.
Esas festivas celebraciones contrastan con la rigurosa indumentaria del rabino, una elección basada en la tradición, en la que combina traje clásico negro con chaleco y tocado de sombrero de ala ancha, con el tradicional tallit katan y sus cuatro esquinas anudadas, los tzitzit, asomando bajo la camisa. Este estilo austero expresa también como el éxito sobre el control que ejerce el entorno social.
Su casa está abierta, asegura, como lo es también la rama jasídica de la que es seguidor, la Jabad Lubavitz, alumbrada por el Rebe Menajem Mendel Schneerson, que cuenta con cientos de miles de seguidores y millones de simpatizantes en todo el mundo. Predican la luz y la elevación, guiados por la cábala, que considera que todo es cíclico y a cada generación le corresponden unas tribulaciones que superar. A cada una le corresponde también un líder, un Rebe. Schneerson, «descendiente de los reyes de Israel», recita Kraus, dejó de aparecer en público hace medio siglo, pero el rabino está convencido de la presencia de su legado en la isla.
Kraus ríe cuando se le pregunta de qué vive. «Siempre se sale adelante», asegura. Confiesa que éste es el tercer intento de establecerse en la isla en los últimos años. Abortó los anteriores cuando se le agotó el dinero. Pero esta vez ha desembarcado con toda su familia, Salomé y sus tres hijos –la más pequeña es «eivissenca»– y con fondos suficientes para que la comunidad eche raíces.
Cree que la Casa de Sharon es el lugar ideal para ello, sólo necesita añadirle un pozo, un mikvé o lugar de reflexión con agua, que ya está estudiando dónde levantará, para comprar el terreno.
Además de los económicos, los problemas de un judío respetuoso con las normas de la fe en Eivissa llegan hasta la comida:?«Aquí no hay alimentos kosher», comenta el rabino, «así que estoy pescando mucho», asegura. Su dieta se ha llenado de verde, que es fácil de purificar –las normas sólo obligan a eliminar los bichos–. También amasa su pan y ha descubierto que se le da tan bién que se plantea empezar a venderlo. y vela por que sus retoños respeten las prescripciones de la tradición hebrea. Ninguno de los tres habla español, porque hace pocos meses que están en la isla, aunque Kraus no quiere escolarizarlos. De hecho, hace unas semanas llegó a Eivissa una chica enviada de Israel para formar un pequeño jardín de infancia al que los judíos de la isla podrán llevar a sus hijos.

Diario de Ibiza