miércoles, 2 de mayo de 2012

La impresionante empanada mental del catalanismo


 El miedo terapéutico

Por Eduardo Goligorsky


El pasado 17 de abril Enric Juliana, el zahorí mayor del somatén mediático catalán, La Vanguardia, publicó un extenso artículo tremendista titulado "La tormenta pluscuamperfecta". Su contenido parecía imaginado para lograr lo que los ingleses definen, gráficamente, como put the fear of God in your body, o sea, "meter el temor de Dios en tu cuerpo". Y lo conseguía.
El artículo enumeraba minuciosamente todas las desgracias económicas, sociales, institucionales, políticas y diplomáticas que se han abatido sobre España en los últimos años, con especial hincapié en las más recientes. Si Enric Juliana está asustado, y se esmera por transmitir su miedo a los demás, eso significa que en el seno del entramado separatista se avizoran tiempos difíciles y que aparecen discrepancias entre, por un lado, las corrientes irracionales partidarias del cuanto peor, mejor, corrientes a las que la crisis se les antoja un buen estímulo para la ruptura, y, por otro, los sectores que he bautizado como secesionistas simpáticos, con Josep Antoni Duran Lleida a la cabeza, que temen perder la llave de la caja de caudales en el rifirrafe. Juliana cierra su catálogo de horrores con una significativa advertencia:

A veces, me susurra un amigo, se cumplen los versos de Hölderlin: "Allí donde arrecia el
peligro, crece lo que nos salva."
O sea, el miedo puede obrar como una pócima terapéutica.


La empanada mental


El fanatismo que moviliza a los políticos y formadores de opinión enrolados en la rama radical del secesionismo presagia que se necesitarán dosis masivas de esta pócima para frenar su embestida. Y también para crear anticuerpos en el organismo de sus socios más dúctiles, los que, analizando los componentes de "la tormenta pluscuamperfecta", tomarán conciencia de que ésta también hará naufragar la nave catalana que han botado rumbo a la mítica Ítaca independiente. Esta creación de anticuerpos es posible: cualquier observador medianamente sensato descubre, apenas ejercita una pizca de objetividad, que el discurso de los talibanes autóctonos lleva consigo los detonantes de una tormenta aun mayor.
A primera vista, todo parece indicar que los secesionistas, ya sean duros o simpáticos, continúan su marcha porfiada hacia el prometido choque de trenes con España. O sea, la independencia. El somatén mediático se hizo eco el pasado 2 de abril de la ponencia estratégica que tiene previsto aprobar el próximo congreso de UDC. El texto exige que el Estado actual "se convierta en un instrumento común copropiedad de las diferentes naciones y garante de los respectivos derechos nacionales de cada territorio". A continuación
la ponencia aboga porque [sic] Catalunya tenga soberanía plena en el terreno de la cultura y la lengua, incluido internacionalmente a la hora de que sea la Generalitat la que defienda de forma directa su posición ante, por ejemplo, la UE o la Unesco, y realiza una encendida defensa de un pacto bilateral con el Estado que reconozca también la soberanía plena en el ámbito económico y financiero.
Por pedir que no quede: la empanada mental se completa con el compromiso de trabajar junto a quienes "no ven futuro en el diálogo entre Catalunya y España".


La fase heroica


El 23 de abril el somatén convocó a los leales con un texto cuya solemnidad lo hace aun más hilarante, a partir del titular: "Mas ordena levar anclas", donde se explica:
En el reciente congreso de Convergència Democràtica, el president de la Generalitat, Artur Mas, se refirió a la "transición nacional" convocando al país a emprender el "viaje a Ítaca". Siguiendo con la metáfora marinera, ha ordenado a su tripulación "levar anclas" para iniciar ya la travesía.
Para decirlo con las palabras del belicoso Artur Mas:
Catalunya se tiene que preparar para dar una respuesta muy contundente que provocará una cierta confrontación (...) Es una batalla que se va acercando y será un asunto colectivo de Catalunya que tendremos que abordar en los próximos meses.
Como era de prever, todo el casus belli gira en torno del ficticio pacto fiscal, que como es archisabido sólo sirve de pretexto para alcanzar el objetivo final: la independencia. Todos, absolutamente todos los secesionistas han proclamado a voz en cuello que si el Gobierno lo concede servirá para reforzar el presupuesto con que la Generalitat iniciará la aventura de la independencia, y si no lo concede se convertirá en el banderín de enganche para la agitación demagógica encaminada a lograr ese mismo fin. Aunque el fantasma del miedo –miedo, repito, terapéutico– asoma nuevamente aquí. Lo evoca, con la intención de contrarrestarlo, el zahorí suplente del somatén mediático, Jordi Barbeta, convertido en aficionado a las emociones fuertes (22/4):
Empieza la fase heroica del viaje a Ítaca. Todo son peligros, y lo peor sería hundirse antes de zarpar, por el miedo de hacerse a la mar.


 La fe del converso


El tira y afloja entre el miedo, que es realista y no es tonto, y el instinto irracional que perdura en el paleoencéfalo se manifiesta en la retórica de los instigadores de la balcanización. Un caso emblemático, y lamentable, porque implica la regresión de un intelectual que en otro tiempo fue para mí un modelo de lealtad a los ideales del humanismo y el liberalismo, es el de Josep Ramoneda. Su columna en el diario El Paísse ha convertido en un atalaya desde donde escudriña y denuncia, con la fe del converso, las mínimas transgresiones a la disciplina de la tropa independentista. Su catilinaria "Independencia sin molestar" (27/3) es reveladora, tanto por su trasfondo fundamentalista como por lo que desenmascara del pacto fiscal:

Equilibrismo es la figura. Si atendemos a lo que dicen en privado los dirigentes de CDC, el núcleo duro de la dirección elegida en este congreso está formada por partidarios de la independencia de Cataluña [¡pecador, en El País la escribe con ñ!] que entienden que esta es la misión de su generación y que están en política para conseguir este objetivo. Por tanto no habría ambigüedad en el ámbito de las intenciones.
(...)
Convergència no quiere conflicto, quiere avanzar sin molestar y sin ofender. De ahí la más delicada de sus ambigüedades: el pacto fiscal. Puesto que considera que Cataluña todavía no está madura para la independencia, CDC coloca como fase intermedia de la transición el pacto fiscal. Pero, para motivar al Gobierno español, lo plantea como una fórmula que haría más viable la presencia de Cataluña en el conjunto del Estado. De modo que para la conciencia independentista del partido sólo hay una opción positiva: que España rechace el pacto fiscal: Lo cual es más que probable si se trata de una hacienda propia, como dice Mas, y no se aceptan apaños.
(...)
¿Podrá CiU entretener indefinidamente a los soberanistas de su electorado con una vaga promesa de Estado propio que se exhibe como bandera independentista en el congreso pero que, cuando este cierra las puertas, se cubre inmediatamente con el manto de la prudencia, del pacto fiscal y de la voluntad de no molestar?
Ojo: ahí están los Ramoneda, los Francesc-Marc Alvaro, las Pilar Rahola y los restantes guardianes del somatén, para vigilar que ningún blandengue abjure del deber contraído con las esencias de la patria milenaria.


Memorial de agravios


Eso sí, la labor de zapa no se agota con la balcanización. Los enemigos de la sociedad abierta no desperdician una oportunidad para contribuir a dinamitar sus cimientos, débiles y precarios, con aires purificadores de Savonarolas redivivos. Ramoneda se suma a ellos (19/4) con un memorial de agravios contra el rey Juan Carlos que, si bien parece asentarse sobre hechos actuales, urde una trama retrospectiva encaminada a pavimentar la ruta hacia... la nada. La nada del revanchismo estéril, del radicalismo mil veces fracasado, de la frivolidad congénita de las élites y, una vez más, del impulso territorial e identitario del paleoencéfalo. Luis Racionero trazó un retrato demoledor de estos trápalas ("Reacción innoble", La Vanguardia, 23/4):

Los que han estado callados durante tantos años o incluso adulando al monarca ahora se precipitan cual jauría a buscar todos los defectos y a señalar los ridículos. En este país cainita no ser crítico provoca tal resentimiento que, en cuanto se puede, por lo que sea, la jauría se desboca y muerde a la víctima herida. Es un país de carroñeros atraído por la primera sangre, que se abonan en la desgracia en vez de atenuar las debilidades humanas que todos, reyes y plebeyos, tenemos.
El miedo terapéutico no basta para disimular algunas de las patologías intrínsecas del secesionismo. La violencia es un componente que discurre a lo largo de toda la historia de Barcelona, desde los pogromos del siglo XIV hasta la Semana Trágica, para desembocar en las matanzas sectarias de la guerra incivil y culminar, atenuada, en los actos de vandalismo que se suceden desde los días de la transición hasta hoy mismo. Precisamente para impedir que dichos actos se repitan durante la cumbre del Banco Central Europeo de los próximos días 2, 3 y 4 se planteó la iniciativa de que hubiera un centro único de coordinación, desde el que guardias civiles, mossos d'esquadra y policías nacionales recibirían sus órdenes. Imposible. Habrá dos centros de mando: uno estará en la Delegación del Gobierno y de él dependerán los efectivos de la Guardia Civil y del Cuerpo Nacional de Policía. El otro estará en la sede del Departament d'Interior.
El director general de la Policía de la Generalitat, Manel Prat, afirmó que sus agentes habrían podido garantizar por sí solos la seguridad de la cumbre y que "ni uno del millar y medio de antidisturbios dependientes del Ministerio del Interior podrá actuar sin el permiso de la Generalitat". Y los vándalos, de parabienes.
Pilar Rahola, prisionera de los mil años míticos que idolatra, tiene un enfoque muy particular y reivindicativo sobre esta cuestión (LV, 25/4):
Como somos tan poca cosa, el Estado asumirá el control policial, los Mossos se pondrán firmes ante la Policía Nacional y el conseller Puig hará de brazo ejecutor de las órdenes del secretario de Ignacio Ulloa, que será el auténtico poder en seguridad. O sea, que gran despliegue de los Mossos, para que al primer reto vengan los nacionales y los pongan firmes (...) Y así, sumando, vamos siendo intervenidos. Todo muy sutil, todo muy legal y todo muy letal.
Leído lo cual, un visitante de otro planeta, libre de servidumbres identitarias, se preguntaría: ¿cómo es que estos terrícolas, tan expertos en recortes, no se dan cuenta de que ahorrarían mucho dinero y ganarían en eficacia si fusionaran sus jibarizadas fuerzas policiales en un solo cuerpo encargado de garantizar la seguridad en todo el territorio? Y dictaría su sentencia inapelable: ¡es la economía, estúpidos! ¡Y es vuestra seguridad la que está en juego, por añadidura!


Un poso de veracidad


Inmediatamente después de ver cómo una panda de gamberros destrozaba el mobiliario urbano durante la huelga del 29-M en presencia de dos o tres policías municipales impotentes, el catalanista Juan-José López Burniol escribió (LV, 7/4):
Está pasando lo que, antes o después, tenía que pasar en una sociedad como la española, polarizada y enfrentada, corrompida y envilecida, invertebrada y acobardada.
La indignación, una indignación mucho más racional que la que se manifiesta en algunas plazas, ha exasperado su reacción de ciudadano responsable, pero igualmente subsiste, en el fondo de su diatriba, un poso de veracidad. Así se explica que el mismo López Burniol escribiera (LV, 28/4), retomando el tema del miedo que aquí me ocupa:
El miedo inspira a la acción humana, cuando se domina, temperamentos de prudencia, que neutralizan el dogmatismo y fomentan el entendimiento.
Ese es, ni más ni menos, el miedo terapéutico. Ojalá se contagie.

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