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El ambicioso proyecto que se anuncia para Magalluf es antitético del siempre desconocido proyecto de la Playa de Palma, es decir, es su “antítesis” y lo “opuesto”. En el fondo y en las formas. La reforma de la Playa de Palma se orquestó a bombo y platillo para futura admiración de todo el mundo y como ejemplo de cómo se “remodela” al Miami Style un espacio “maduro”, deteriorado y amortizado. Se montó todo un dispositivo burocrático y se gastó una auténtica fortuna sin que, hasta el presente, se sepa de qué va la cosa. Nájera reeditó sus tradicionales formas de entender la política y alumbró, como el “parto de los montes” un minúsculo ratón.
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Calviá, por el contrario, se quejó, amarga e inútilmente, ante los sectarios del Pacto de Progreso, reclamando idéntico trato para la reconversión del municipio turístico más importante de Baleares y de Europa. Antich, con su habitual sectarismo, practicó la máxima sahariana de “al enemigo, en el desierto, ni agua: polvorones”, un ejemplo de estúpida ferocidad incapaz de comprender que gobernar no es masacrar al que consideran “enemigo”, sino atender el interés general, y la reconversión turística de Calviá era, más alla de filias y fobias, “interés general”.
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Calviá y su alcalde Carlos Delgado- entronizado como conseller de Turismo- callaron y se pusieron a trabajar. Y, fruto de este trabajo, es el, en principio y a falta de concreciones, deslumbrante proyecto de la remodelación de la amplia zona de Magalluf. Sin vedetismos al estilo Nájera, sin gastarse apenas un euro en el proyecto, lo que ahora se ha revelado a la ciudadanía de forma sorpresiva supone, de entrada, una inteligente joint venture entre la iniciativa privada y el impulso público. Ahora sólo falta que el Govern, el sucesor de Delgado en la alcaldía de Calviá y la iniciativa privada se pongan, cuanto antes, manos a la obra.
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Hay un aspecto muy interesante en este proyecto: preanuncia y concreta lo que el nuevo Govern ha afirmado como uno de los ejes centrales de su política reactivadora basada en el potencial creador del sector privado a la hora de generar riqueza y, a su través, empleo. A poco que se tenga un mínimo de “memoria histórica” se comprenderá que estamos ante una reedición de lo que hizo, con notable brillantez, el PP cuando expulsó a Antich y al Pacto de Progreso que habían dejado un legado de depresión económica, desempleo y crisis generalizada: dio la vuelta al calcetín, sentó las bases para que la iniciativa privada desarrollara todo su potencial, se dedicó a las que son sus labores- recuperar el atraso histórico en infraestructuras- y, al cabo de cuatro años, legó al Pacto de Progreso unas Baleares prósperas y en plena forma. Y, una vez más, el Pacto de Perogreso no aprendió la lección y legó unas Islas sencillamente en quiebra, demostrando que la incompetencia y la estulticia gestora es algo “estructural” en una izquierda incapaz de hacer una “o con un canuto”. Esperemos que la historia, una vez más, se repita, a pesar, incluso, de que las circunstancias heredadas son peores que las del primer Pacto de Progreso. Por lo menos, lo de Magalluf nos advierte de que estamos en el buen camino.
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