Cataluña ha sido respetada siempre, como las demás regiones. Por desgracia ha sido respetado en exceso el nacionalismo, al que no debe Cataluña más que convulsiones y malestar.
Pujol, hombre paciente y maniobrero, se ha mostrado al fin como el separatista que siempre fue. Quizá crea que el separatismo ha calado lo suficiente entre los catalanes, o bien desee, simplemente, ver la secesión en lo que le queda de vida. Con hipocresía típica ("Sabe sembrar el odio con palabras suaves", o algo así acertó a decir de él Julio Anguita) ha sentenciado: "Hubiese habido un modo de evitar esto. Que se hubiese aceptado que Cataluña es un pueblo con personalidad propia, con derecho a ser respetado y considerado como tal. Y eso era posible dentro de España. Pero requería, en primer lugar, no negarse a la evidencia. Y a la justicia. Y, por lo tanto, no negarle el derecho a su identidad y a un autogobierno adecuado a su historia y a su vocación".
La realidad es que Cataluña ha sido siempre una región española y así lo han sentido los catalanes, y creo que siguen sintiéndolo pese a decenios de masiva propaganda antiespañola, subvencionada desde el poder, basada en el narcisismo y el victimismo, la misma combinación manejada con tanto éxito por los nazis. Y que tiene personalidad propia, claro está, como la tienen Andalucía, Canarias, Valencia, Navarra, Castilla o cualquier otra región, sin que ello les impida formar parte de España.
También es cierto que Cataluña goza de un autogobierno no ya muy considerable sino en gran parte fraudulento, ajeno a la voluntad popular, efecto indirecto del terrorismo. Al punto de dejar en residual el poder del estado, como reconocía Maragall. Pero eso no basta a los separatistas, convencidos que es de justicia reconocerles cuanto se les antoje en función de su "vocación", que ellos consideran por las buenas la de Cataluña, y de una historia que fantasean día a día, abusando de unas libertades que ellos no han traído, y que parasitan.
Cataluña ha sido respetada siempre, como las demás regiones. Por desgracia ha sido respetado en exceso el nacionalismo, al que no debe Cataluña más que convulsiones y malestar, y al cual han querido comprar los politicastros de "Madrid", ignorando que, como decía Bismarck –creo–, "quien quiera comprar a su enemigo nunca tendrá dinero suficiente" o, en palabras de Julián Marías, "No se debe querer contentar a quien no se va a contentar". La conjunción de la miseria de "Madrid" y la de los nacionalistas ha hecho crecer mucho la opinión separatista en Cataluña. No tanto, sin embargo, que les permita ganar un referéndum, como se viene demostrando.
Pujol y los suyos se creen la encarnación de Cataluña. Un dato decisivo los define: Banca Catalana, abonada en parte con dinero robado por el Frente Popular, y cuya conducta delictiva quedó impune cuando Pujol chantajeó al Gobierno de Felipe González envolviéndose en la bandera catalana. Envolviendo en esa bandera su corrupción. Entonces comprendió que la ley era débil y él fuerte. La miseria de Pujol. De su nacionalismo. Y de "Madrid".