Foto Juan Pacheco. Puig des Molins
Laura Jurado, baleópolis, El Mundo
Vicent Serra Orvay ya había emprendido la restauración del obispado en las Pitiusas –su gran empresa religiosa– y poco faltaba para convertirse en colaborador del Diccionari de Alcover. Tenía más de treinta años cuando cayó en sus manos un volumen francés de astronomía. De repente se conjugaron su formación matemática y el descubrimiento de una pasión que convirtió en objeto de investigación hasta ponerse a la altura de Arthur Eddington.
Nació en octubre de 1869 en la parroquia de Sant Jordi de Ses Salines de Eivissa, en el seno de una familia de propietarios rurales. Su carrera eclesiástica parecía estar casi escrita. Con sólo doce años ingresó en el Seminario Conciliar y, siendo aún alumno de filosofía, empezó a impartir clases de matemáticas, física y química. En 1898 se convertiría en rector del mismo.
Fue poco después cuando Serra Orvay inició la que sería su gran empresa religiosa: la restauración del obispado en las Pitiusas suprimida por el concordato de 1851. Pese a que la confirmación llegaría en 1924, la ordenación episcopal del padre Salvi Huix se retrasaría cuatro años más.
En paralelo, el ibicenco había comenzado su relación con la ciencia. Fue en 1902 cuando el filólogo mallorquín Antoni Maria Alcover, visitó su isla. Serra, fascinado por su gran labor, no dudaría en convertirse en seguidor de su misión lingüística. Así, en 1906 asistió al primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana.
«No había sido una vocación precoz como sucede generalmente con los grandes genios. Era ya rector del Seminario y tenía más de treinta años cuando, por curiosidad, encargó un pequeño volumen de astronomía escrito en francés», relata Vicent Serra i Orvay. Fill Il·lustre de Sant Josep, libro editado por el Ajuntament de Sant Josep de la Talaia y escrito por, entre otros, Joan Marí Cardona. El idioma fue sólo un pequeño obstáculo para descubrir que aquella ciencia le apasionaba.
«Por entonces la astronomía se basaba principalmente en las matemáticas y un poco de física. Y Serra Orvay tenía una importante formación como matemático», recuerda el directivo de la Agrupación Astronómica de Ibiza, Josep Lluís Bofill. Aquel descubrimiento dio un vuelco a su vida, y sus cálculos pasaron a centrarse en el firmamento.
Por sus manos pasaban estudios sobre las distancias estelares, la altura de una hipotética montaña en el planeta Marte o estadísticas sobre las lluvias de estrellas. El ibicenco se empeñaba entonces en comprobar todos los cálculos. «No era con intención crítica. De hecho, si encontraba fallos escribía al autor para comunicárselo», apunta Bofill.
Serra Orvay desarrolló hasta el fin de sus días aquella faceta. Publicó numerosos artículos en la revista Urania de la Sociedad Astronómica de España y América, entidad de la que llegaría a ser vocal en 1932. «Siempre fue un aficionado. Sus conocimientos se debían más a su condición autodidacta que a la formación científica del Seminario», explica el directivo.
El aislamiento de Ibiza le llevó a iniciar correspondencia con investigadores y directores de los centros astronómicos que le ponían al día sobre nuevas teorías y conocimientos. El ibicenco situó en la torreta del Seminario su lugar de observación, con un puñado de aparatos que desaparecieron en la Guerra Civil. Sin un observatorio estable en el centro, es difícil saber si Serra Orvay contempló el eclipse total de sol de 1905.
En el Congreso Científico Hispano Lusitano de 1947, consiguió la atención del director del Observatorio del Ebre con un trabajo sobre la densidad del firmamento. En Dos conferencias de vulgarización astronómica (1950) explicó a un público no iniciado en la materia el origen del nombre de las estrellas, cómo localizarlas y sus temperaturas.
«Es el primer astrónomo del que se tiene noticia en Ibiza. Fue pionero en los estudios con cierto rigor», afirma Bofill. Después de publicar diversos trabajos sobre la magnitud estelar de Venus, alcanzó uno de sus mayores logros. Su cálculo del número de electrones del universo dio un resultado similar al de Arthur Eddington.
Tras montones de fórmulas matemáticas, el ibicenco parecía igualar a una de las mayores figuras de la astronomía del siglo XX. Eddington era, además, presidente de la Unión Astronómica Internacional. «No sabemos si los cálculos de Serra fueron anteriores o posteriores a los del inglés», añade Bofill. Pronto su pasado religioso entraría en conflicto con esa nueva vertiente científica. Explicación astronómica del fin del mundo bíblico es una de sus obras más curiosas. El ibicenco debatió con el padre Stein, científico del Observatorio del Vaticano, la verdad de diversos datos bíblicos. Incluso, la hora exacta de la muerte de Jesucristo.
En mayo de 1952, Serra Orvay murió sin poder asistir a dos grandes acontecimientos. Faltaban sólo cuatro meses para el Congreso de la Unión Internacional de Astronomía al que tenía previsto acudir. Pero lo que él nunca supo es que, cuatro años después, su discípulo Daniel Escandell, fundaría el primer observatorio de Ibiza.
El Mundo
Laura Jurado, baleópolis, El Mundo
Vicent Serra Orvay ya había emprendido la restauración del obispado en las Pitiusas –su gran empresa religiosa– y poco faltaba para convertirse en colaborador del Diccionari de Alcover. Tenía más de treinta años cuando cayó en sus manos un volumen francés de astronomía. De repente se conjugaron su formación matemática y el descubrimiento de una pasión que convirtió en objeto de investigación hasta ponerse a la altura de Arthur Eddington.
Nació en octubre de 1869 en la parroquia de Sant Jordi de Ses Salines de Eivissa, en el seno de una familia de propietarios rurales. Su carrera eclesiástica parecía estar casi escrita. Con sólo doce años ingresó en el Seminario Conciliar y, siendo aún alumno de filosofía, empezó a impartir clases de matemáticas, física y química. En 1898 se convertiría en rector del mismo.
Fue poco después cuando Serra Orvay inició la que sería su gran empresa religiosa: la restauración del obispado en las Pitiusas suprimida por el concordato de 1851. Pese a que la confirmación llegaría en 1924, la ordenación episcopal del padre Salvi Huix se retrasaría cuatro años más.
En paralelo, el ibicenco había comenzado su relación con la ciencia. Fue en 1902 cuando el filólogo mallorquín Antoni Maria Alcover, visitó su isla. Serra, fascinado por su gran labor, no dudaría en convertirse en seguidor de su misión lingüística. Así, en 1906 asistió al primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana.
«No había sido una vocación precoz como sucede generalmente con los grandes genios. Era ya rector del Seminario y tenía más de treinta años cuando, por curiosidad, encargó un pequeño volumen de astronomía escrito en francés», relata Vicent Serra i Orvay. Fill Il·lustre de Sant Josep, libro editado por el Ajuntament de Sant Josep de la Talaia y escrito por, entre otros, Joan Marí Cardona. El idioma fue sólo un pequeño obstáculo para descubrir que aquella ciencia le apasionaba.
«Por entonces la astronomía se basaba principalmente en las matemáticas y un poco de física. Y Serra Orvay tenía una importante formación como matemático», recuerda el directivo de la Agrupación Astronómica de Ibiza, Josep Lluís Bofill. Aquel descubrimiento dio un vuelco a su vida, y sus cálculos pasaron a centrarse en el firmamento.
Por sus manos pasaban estudios sobre las distancias estelares, la altura de una hipotética montaña en el planeta Marte o estadísticas sobre las lluvias de estrellas. El ibicenco se empeñaba entonces en comprobar todos los cálculos. «No era con intención crítica. De hecho, si encontraba fallos escribía al autor para comunicárselo», apunta Bofill.
Serra Orvay desarrolló hasta el fin de sus días aquella faceta. Publicó numerosos artículos en la revista Urania de la Sociedad Astronómica de España y América, entidad de la que llegaría a ser vocal en 1932. «Siempre fue un aficionado. Sus conocimientos se debían más a su condición autodidacta que a la formación científica del Seminario», explica el directivo.
El aislamiento de Ibiza le llevó a iniciar correspondencia con investigadores y directores de los centros astronómicos que le ponían al día sobre nuevas teorías y conocimientos. El ibicenco situó en la torreta del Seminario su lugar de observación, con un puñado de aparatos que desaparecieron en la Guerra Civil. Sin un observatorio estable en el centro, es difícil saber si Serra Orvay contempló el eclipse total de sol de 1905.
En el Congreso Científico Hispano Lusitano de 1947, consiguió la atención del director del Observatorio del Ebre con un trabajo sobre la densidad del firmamento. En Dos conferencias de vulgarización astronómica (1950) explicó a un público no iniciado en la materia el origen del nombre de las estrellas, cómo localizarlas y sus temperaturas.
«Es el primer astrónomo del que se tiene noticia en Ibiza. Fue pionero en los estudios con cierto rigor», afirma Bofill. Después de publicar diversos trabajos sobre la magnitud estelar de Venus, alcanzó uno de sus mayores logros. Su cálculo del número de electrones del universo dio un resultado similar al de Arthur Eddington.
Tras montones de fórmulas matemáticas, el ibicenco parecía igualar a una de las mayores figuras de la astronomía del siglo XX. Eddington era, además, presidente de la Unión Astronómica Internacional. «No sabemos si los cálculos de Serra fueron anteriores o posteriores a los del inglés», añade Bofill. Pronto su pasado religioso entraría en conflicto con esa nueva vertiente científica. Explicación astronómica del fin del mundo bíblico es una de sus obras más curiosas. El ibicenco debatió con el padre Stein, científico del Observatorio del Vaticano, la verdad de diversos datos bíblicos. Incluso, la hora exacta de la muerte de Jesucristo.
En mayo de 1952, Serra Orvay murió sin poder asistir a dos grandes acontecimientos. Faltaban sólo cuatro meses para el Congreso de la Unión Internacional de Astronomía al que tenía previsto acudir. Pero lo que él nunca supo es que, cuatro años después, su discípulo Daniel Escandell, fundaría el primer observatorio de Ibiza.
El Mundo