Cuando el Imperio Romano convirtió la púrpura en su color oficial, quiso controlar también su producción. Se prohibió su uso a quienes no pertenecían a la realeza y su industria se transformó en un monopolio imperial que extendió sus redes por todo el Mediterráneo. En el siglo IV la Notitia Dignitatum informaba de la creación de un centro productor en Baleares. Una sede que los expertos sitúan hoy en Ibiza.
Año 2000. La profesora del Departamento de Historia de la Antigüedad y de la Cultura Escrita de la Universidad de Valencia, Carmen Alfaro, descubre la pista para reconstruir la historia de una industria ibicenca casi tan antigua como su propios pobladores. En sus manos, la Notitia Dignitatum: un documento del siglo IV que hablaba de la existencia de un procurator baphii insularum balearum en Hispania. Era la primera referencia explícita a las Islas.
Se trataba de la confirmación del control que el Imperio Romano hizo de la producción de la púrpura de Tiro en su periodo tardío. La belleza del color –entre rojo y morado– y su precio elevadísimo que podía superar el del oro –para un gramo de púrpura se necesitaban más de 10.000 moluscos–, lo convirtieron en un privilegio reservado a reyes, emperadores y sumos sacerdotes. Sólo la familia más directa del emperador podía llevar túnicas de este color mientras que los altos cargos del gobierno llevaban sólo una banda. Diocleciano hizo de su industria un monopolio estatal y Nerón condenó a muerte a todo el que se atreviera a usarla.
El Imperio inició entonces el control a través de una red de centros productores en todo el Mediterráneo. Ciudades como Mozia (Sicilia), Djerba (Túnez) o Kydonia (Creta) se convirtieron en núcleos importantes. En el siglo IV la Notitia Dignitatum confirmaba su extensión a Baleares con la creación de un baphium y la designación de un procurador que vigilara el negocio. Ebusus, la Ibiza romana, disponía de una gran riqueza en los moluscos productores de púrpura, especialmente el Murex trunculus. Una realidad que no se da en el resto del archipiélago y que, junto con los restos encontrados a posteriori, sitúa en la pitiusa aquella sede productora del Imperio.
Los romanos llevaron la púrpura a su momento álgido, pero su historia en Ibiza había comenzado muchos siglos atrás. «Fueron los fenicios quienes trajeron su producción a la isla. Existe incluso una teoría que relaciona su asentamiento con la disposición de la fauna marina necesaria para esta industria», apunta Carmen Alfaro.
Su desarrollo llegó después con los griegos. Aristóteles y Plinio El Viejo mencionaban ya la púrpura en sus escritos. «Eran textos técnicos que teorizaban a partir de la práctica. Había muchos planteamientos que eran auténticos procesos químicos. Ayudaron al posterior surgimiento de la ciencia, pero ellos no tenían conciencia de eso», asegura.
El Murex brandaris, y el Murex trunculus fueron los moluscos más utilizados. El primer paso era la extracción del glande hipobranquial oblongo –la parte purpurígena– con el animal aún vivo. Plinio apuntaba que después se dejaban macerar tres días en sal y se calentaba la mezcla para conseguir su evaporación. El líquido se limpiaba de impurezas y, al décimo día, se filtraba.
La rapidez que exigía el proceso hacía que el trabajo se desarrollara cerca de los lugares de pesca de estos moluscos. El olor desagradable que desprendían hacía que los talleres se situaran lejos de los núcleos habitados. La falta de restos de los mismos, hace pensar que se tratara de construcciones temporales. Con aquel documento del siglo IV, Carmen Alfaro inició sus investigaciones en Ibiza junto a Benjamín Costa y Jorge H. Fernández. Los concheros distribuidos por la isla –pequeñas montañas con restos de moluscos– se convirtieron en la pieza clave. «El Imperio romano situó sus fábricas en las zonas más productivas y, de hecho, Ibiza llegó a llamarse la Isla de la púrpura. Su producción tuvo un papel muy importante en la economía», señala Alfaro.
Junto al del Pou des Lleó –el de mayor extensión– y el de Sa Caleta, los investigadores identificaron una veintena de concheros en Ibiza. La falta de estudios en el resto de España, hace imposible la comparación del caso ibicenco. Para Carmen Alfaro, la pregunta ahora es otra: ¿Cómo se comercializaba esta púrpura? «Está claro que no se consumía toda en Ibiza. El tinte líquido no resistiría el transporte, mi teoría es que su comercialización se hacía embebida en fibra de lana sin hilar», plantea la profesora. El Proyecto Timeo –bautizado como el experto que escribió sobre la calidad de la lana ibicenca– intenta establecer ahora las conclusiones.
Laura Jurado, El Mundo Baleares