El ´Mallorca´ saliendo del Puerto de Palma, con los colores de la Isleña Marítima. ´La Marina en las Baleares´, de Juan Pou Muntaner |
Manuel R. Aguilera palma El pasado fin de semana numerosos supervivientes del Costa Concordia, un crucero de 290 metros de eslora que transportaba a más de 4.000 pasajeros y naufragó hace un año en la isla de Giglio, regresaron a la pequeña costa italiana para conmemorar el primer aniversario del trágico accidente, que se cobró al vida de 32 personas.
Las aguas baleares vivieron hace un siglo un suceso similar, aunque entonces no hubo que lamentar muertes. El 17 de enero de 1913 el vapor Mallorca, perteneciente a la Isleña Marítima, embarrancó en les Lloses de Santa Eulàlia, unos bajos que se encuentran cerca de dicha población ibicenca. Como consecuencia de ello, el barco acabó perdiéndose irremediablemente, aunque por fortuna no hubo ninguna víctima, pudiéndose salvar todo el pasaje y la tripulación. De estos hechos se cumplen justo ahora cien años.
La Isleña Marítima fue una empresa que nació en 1891 de la fusión de dos navieras: la Isleña Empresa Mallorquina de Vapor, y la Empresa Marítima de Vapor, y durante casi tres décadas estuvo dedicada a los servicios regulares de carga y pasaje entre las islas y la península, así como con Marsella y Argel. Al principio sus líneas eran entre Mallorca y Eivissa con el levante peninsular, pero en 1909 se promulgó una nueva Ley de Comunicaciones Marítimas, que motivó a convocar un concurso para la
contratación de las comunicaciones con Balears por un periodo de diez años.
Dicho concurso le fue adjudicado a la Isleña Marítima, pero en el pliego de condiciones se exigía un mínimo de once barcos, dado que había que atender nuevas líneas. La Isleña en ese momento sólo disponía de seis buques, por lo que rápidamente buscó en el mercado otras naves. De esta manera compró un remolcador que renombró Formentera, un pequeño yate que pasó a ser el Ciudad de Palma, y un vapor de más porte que pasó a ser el Mallorca. Con los dos primeros pensaba realizar las líneas de Eivissa-Formentera y Palma-Cabrera, respectivamente, y con el Mallorca, la línea semanal con Marsella.
En el puerto de Marsella reunió a los tres buques, dirigiéndose acto seguido a Palma, a cuyo puerto llegaron en la mañana del 17 de junio de 1910, causando su llegada una gran expectación. Fueron multitud los curiosos deseosos de ver a las nuevas naves que se concentraron en el puerto.
El buque Mallorca fue construido en Glasgow en 1890 por David J. Dunlop & Co., para la Cie. Fraissinet, una naviera francesa que realizaba rutas entre el sur de Francia y Córcega y le puso el nombre de Cyrnos, para la que estuvo navegando hasta que lo compró en 1910 la Isleña Marítima. Tenía 68,8 metros de eslora, 8,9 de manga y 1.027 toneladas de registro, estando dotado de una máquina de triple expansión que le permitía una velocidad de unos doce o trece nudos. Disponía de 40 camarotes de primera, 32 de segunda y 20 de tercera, un amplio salón-fumador con piano, y otro para los pasajeros de primera, así como dos bodegas de carga, una a proa y la otra a popa, por lo que causó una grata impresión al llegar a Palma.
A principios de julio de ese mismo año de 1910 el vapor empezó sus singladuras para la Isleña, inicialmente en la línea con Marsella, aunque realizando algunas veces otros itinerarios. Hasta su accidente en enero de 1913, la incidencia más importante que tuvo fue el 20 de diciembre de 1911 en viaje de Marsella a Palma, cuando se le rompió la palanca de la válvula de distribución, quedando el buque al garete, hasta que casualmente por allí pasó un vapor carbonero inglés, que lo remolcó hasta Barcelona. A finales de 1912 fue objeto de una importante reparación de casco y máquinas que se realizó en el puerto de Marsella y que costó la importante suma de 14.000 duros.
El 11 de enero de 1913 el Mallorca partió rumbo a Marsella , dentro de su ruta habitual, de donde volvió el jueves 16.
El 11 de enero de 1913 el Mallorca partió rumbo a Marsella , dentro de su ruta habitual, de donde volvió el jueves 16.
El accidente
El viernes 17 tenía que salir el Isleño para Eivissa y Alicante, pero un aumento de pasaje hizo que se cambiara por el Mallorca, con mayor capacidad de camarotes; de esta manera partió de Palma a las doce de la mañana de dicho día 17 rumbo a Eivissa, al mando del capitán Juan Sabater. A bordo, aparte de 42 tripulantes, iban 73 pasajeros, entre ellos los miembros de la compañía de ópera de María Barrientos, que había actuado hasta el día anterior en el teatro Lírico (la estrella Barrientos no iba porque se había trasladado a Barcelona). También iban 8 turistas franceses y 20 tripulantes del acorazado Pelayo, que volvían a su destino después de un permiso.
El viernes 17 tenía que salir el Isleño para Eivissa y Alicante, pero un aumento de pasaje hizo que se cambiara por el Mallorca, con mayor capacidad de camarotes; de esta manera partió de Palma a las doce de la mañana de dicho día 17 rumbo a Eivissa, al mando del capitán Juan Sabater. A bordo, aparte de 42 tripulantes, iban 73 pasajeros, entre ellos los miembros de la compañía de ópera de María Barrientos, que había actuado hasta el día anterior en el teatro Lírico (la estrella Barrientos no iba porque se había trasladado a Barcelona). También iban 8 turistas franceses y 20 tripulantes del acorazado Pelayo, que volvían a su destino después de un permiso.
El estado de la mar no era bueno, aunque no había un gran temporal, pero la visibilidad era bastante mala. De repente, sobre las 18 horas se produjo una fuerte sacudida, seguida de un gran ruido producido por la hélice. Los pasajeros que se hallaban en cubierta cayeron al suelo, produciéndose un gran confusión a bordo. El Mallorca acababa de embarrancar en un bajo conocido como les Lloses de Santa Eulàlia, a unas tres millas de tierra, un lugar donde anteriormente ya se habían producido otros accidentes y que aunque se había solicitado con anterioridad, aún no estaba convenientemente balizado.
El buque había quedado fuertemente empotrado en las rocas, ligeramente escorado a estribor y dando la popa a tierra, presentando un boquete en la zona de proa. A partir de este momento el pasaje vivió momentos de pánico, siendo apaciguado por los miembros de la tripulación, que empezaron a arriar los botes salvavidas, a tocar la sirena y a lanzar cohetes para llamar la atención. Esos cohetes fueron observados por algunos habitantes de la cercana población de Santa Eulàlia, que rápidamente pidieron ayuda, repicando a rebato inmediatamente las campanas de la iglesia. En muy poco tiempo, varias embarcaciones de pesca se hicieron a la mar, llegando al barco e iniciándose el rescate de los pasajeros. Cada barca se llevaba los que podía, repitiendo la operación varias veces, y rescatando primero a las mujeres. En tierra, mientras tanto, la población se desvivió en atender a los náufragos, ofreciéndoles todas las atenciones, incluso la propia cama para descansar.
Remolcadores
En Eivissa se recibieron las primeras noticias gracias a un individuo que se desplazó en bicicleta, desde Santa Eulàlia, llegando poco después en un carruaje, el piloto del Mallorca, apellidado Massot, que había desembarcado en uno de los botes, para avisar a la Comandancia de Marina. Ésta, una vez enterada, hizo salir al remolcador Formentera y el Salinas, otro remolcador perteneciente a la empresa Salinera Española. En cuanto llegaron al costado del Mallorca, el Formentera tomó un cabo de éste e intentó remolcarlo, pero todos los intentos fueron vanos. A estas alturas ya se había telegrafiado al director de la Isleña en Palma, Sebastián Simó, informándole de lo sucedido. Ya entrada la noche volvieron a Eivissa el Formentera y el Salinas, que al día siguiente a primera hora retornaron junto al Mallorca, acompañados del Lulio, otro vapor de la Isleña, mientras que de Palma salió el Balear, en el que habían embarcado un buzo y un grupo de herreros y calafates.
Todo el día se estuvo trabajando, intentando zafar al Mallorca además de trasbordar la carga mediante barcazas de la Junta de Obras del Puerto. A última hora el Lulio y el Balear marcharon al puerto de Eivissa, este último ya había tomado el correo que transportaba el Mallorca y ahora embarcaba el pasaje que se había salvado de éste (y mediante carruajes se habían trasladado a la isla), para llevarlo a Alicante, mientras que el Lulio partía, cumpliendo su línea regular, hacia Barcelona. Mientras tanto en el Mallorca se habían producido nuevos boquetes ahora a popa, habiéndose inundado la sala de máquinas, y viéndose cada vez más claro que el barco estaba irremisiblemente perdido, de Palma se ordenó salir al vapor Cataluña, al objeto de ayudar en las tareas de rescate, pero sobre todo a cargar lo que se pudiera sacar del Mallorca y fuera útil, incluyendo la maquinaria.
En Eivissa se recibieron las primeras noticias gracias a un individuo que se desplazó en bicicleta, desde Santa Eulàlia, llegando poco después en un carruaje, el piloto del Mallorca, apellidado Massot, que había desembarcado en uno de los botes, para avisar a la Comandancia de Marina. Ésta, una vez enterada, hizo salir al remolcador Formentera y el Salinas, otro remolcador perteneciente a la empresa Salinera Española. En cuanto llegaron al costado del Mallorca, el Formentera tomó un cabo de éste e intentó remolcarlo, pero todos los intentos fueron vanos. A estas alturas ya se había telegrafiado al director de la Isleña en Palma, Sebastián Simó, informándole de lo sucedido. Ya entrada la noche volvieron a Eivissa el Formentera y el Salinas, que al día siguiente a primera hora retornaron junto al Mallorca, acompañados del Lulio, otro vapor de la Isleña, mientras que de Palma salió el Balear, en el que habían embarcado un buzo y un grupo de herreros y calafates.
Todo el día se estuvo trabajando, intentando zafar al Mallorca además de trasbordar la carga mediante barcazas de la Junta de Obras del Puerto. A última hora el Lulio y el Balear marcharon al puerto de Eivissa, este último ya había tomado el correo que transportaba el Mallorca y ahora embarcaba el pasaje que se había salvado de éste (y mediante carruajes se habían trasladado a la isla), para llevarlo a Alicante, mientras que el Lulio partía, cumpliendo su línea regular, hacia Barcelona. Mientras tanto en el Mallorca se habían producido nuevos boquetes ahora a popa, habiéndose inundado la sala de máquinas, y viéndose cada vez más claro que el barco estaba irremisiblemente perdido, de Palma se ordenó salir al vapor Cataluña, al objeto de ayudar en las tareas de rescate, pero sobre todo a cargar lo que se pudiera sacar del Mallorca y fuera útil, incluyendo la maquinaria.
Pasados los días, las vías de agua fueron aumentando y el buque se fue inundando más y más, hasta que finalmente se dio por abandonado, apareciendo posteriormente en la prensa anuncios, primero aceptando proposiciones de venta de lo que quedaba del Mallorca, y al final anunciando su subasta.
También se instruyó una sumaria en la Comandancia de Marina de Eivissa, resultado de la cual quedó demostrada la total falta de culpa del capitán.
Por su parte la Isleña Marítima suplicó al gobernador civil para que intercediera ante el ministro para que fuera balizado este bajo, dado que hacía doce años que la naviera lo había solicitado, habiéndose incluso ya realizado el proyecto. Finalmente se realizaron las obras solicitadas.