sábado, 29 de diciembre de 2012

La demagogia del Consell


«No es raro ni chocante que cuanto más descendemos en los niveles administrativos, nos encontremos con demagogos más pueblerinos y plebeyos»





por Germán León Pina | Notario de San Antonio (Ibiza)

Me parto de risa al leer la noticia de que el Consell de Ibiza promete un reglamento sobre el ruido respecto a los locales de ocio de la isla, en el seno de la reciente reunión del presidente de la institución y la consellera de turismo con la Asociación de Salas de Fiestas y Discotecas. Ahora resulta que hay vecinos afectados, cuyo sueño es perturbado en los meses de verano, y por eso hay que reglar qué establecimientos pueden emitir las molestas emisiones y vibraciones acústicas, y cuáles no tendrán licencia para hacer ruido.
Hasta dónde llega la sofística y la demagogia, y no me extraña, porque en España, desde que finalizó la dictadura del general Franco, la democracia que se instauró es puramente formal, pero no material. Vivimos en el engaño urdido por unos pocos carentes de toda moralidad y que se aprovechan de la mentira difundida al electorado para perpetuarse en el poder, convirtiendo la política en carrera y modus vivendi. Es una pura ´oclocracia´.
Para entendernos mejor, no puedo dejar de hacer una breve reseña a la historia de la filosofía política, y me
remonto a Platón, quien rechazaba la democracia que comprendía como el gobierno de un populacho inculto, fácilmente manipulable por una oligarquía que gobernaba en su propio interés y no en el de la justicia, tomando como referencia la decadente democracia ateniense dominada por los sofistas, y con el recuerdo de la injusta condena a su maestro Sócrates. Para el filósofo, la forma ideal de gobierno era una ´aristocracia´, en el sentido helenístico de gobierno de los aristos, los mejores, una élite de buenos gobernantes, formados en la matemática, la filosofía y la ética, que debían regir los destinos del pueblo con episteme, sabiduría.
Aristóteles consideraba que la mejor forma de gobierno era la democracia, el gobierno del pueblo, pero advertía de que si los gobernantes adolecían de principios éticos, podría degenerar la democracia en una ´oclocracia´, en el gobierno de la muchedumbre, el gentío engañado por unos pocos demagogos que gobiernan en beneficio de sus propios intereses sobre la base de la mentira y el fraude, entendiendo que esta forma de gobierno degenerada era incluso peor que una tiranía. Por ello proponía una democracia con el significado de lo que denominaba politeia, e implicaba un gobierno formado por los más preparados en política y moral.
Si hacemos un salto histórico y nos detenemos en el pensamiento del gran Ortega y Gasset, hallamos de nuevo la advertencia de que la mejor «forma jurídica» de gobierno, que es la democracia, en la praxis política puede transformarse en lo que llama una «democracia morbosa», siendo su rasgo esencial la existencia de una élite gobernante constituida por una clase plebeya que se aprovecha de su propio electorado, formado por una masa social desinformada, con reiteradas mentiras y falsas promesas.
La demagogia, principal característica de la clase política española, se pasea impunemente por todos los niveles de la Administración, desde los más bajos, los alcaldes, hasta los más elevados, los presidentes de Gobierno.
Si realizamos un breve recorrido histórico desde la transición hasta la actualidad, concluiremos que todos nuestros máximos mandatarios, salvo el breve Leopoldo Calvo Sotelo, han sido unos grandes demagogos. Lo fue Adolfo Suárez, el del «puedo prometer y prometo», promesas en su mayoría incumplidas, con el descargo de que tuvo a todos en contra, particularmente a los suyos de la extinta UCD; después arribó al poder el gran mago de la oclocracia, el cautivador Felipe González, que nos hechizó a todos con sus falsedades políticas, dejando una España corrupta y en paro. Aznar nos vendió la falacia de que «España va bien», cuando incubaba en su interior la latente crisis de la burbuja inmobiliaria, y dejó a la banca erigirse en el gran poder fáctico de nuestra sociedad, sustitutiva de los dos grandes históricos poderes de facto por excelencia, Iglesia y Ejército. Luego llegó un idiócrata, que se creyó su propia mentira de los brotes verdes (dicen en Moncloa que aún anda buscándolos en la casa de la pradera). Y al final del camino, el señor registrador de la propiedad de Santa Pola, que nos quiere hacer creer que a la ´invertebrada´ España se la rescata financiando a la banca desde Bruselas, paradigma de lo que es la acción demagógica, mientras nos está cancelando el Estado del bienestar, e inscribiendo una página oscura en la historia de España.
Con este ejemplo, no es raro ni chocante, que cuanto más descendemos en los niveles administrativos, nos encontremos con demagogos más pueblerinos y plebeyos, y aquí enlazo nuevamente con el asunto que me ocupa.
Si este Consell no ha sido capaz de hacer prácticamente nada en su primer año de mandato, si se ha despreocupado de los problemas cotidianos de la ciudadanía, como el del ruido, si es incapaz de tramitar un expediente sancionador en materia de infracciones turísticas porque carece de personal cualificado o porque no le da la gana, y nos deja a merced de la voluntad del tirano (en sentido político figurado) Bauzá o de la plutocracia mallorquina en tantas cuestiones, desde la promoción turística al Derecho Foral, quién se va a creer ahora sus falsas expectativas.
Carmen Ferrer se atreve a prometer un reglamento sobre el ruido, y afirma que se tiene que «hablar, proponer, e impulsar». Ya no puedo contener mi carcajada:
´Hablar´: eso lo hacen con sorprendente elocuencia y retórica, incluso en exceso.
´Proponer´: estoy seguro de que ellos propondrán poco, pero si los interlocutores que tienen que proponer son solo los empresarios reunidos (cuyos intereses particulares me parecen muy dignos de respeto, pero no los únicos) con la sonriente consellera y el afable presidente, más les vale a los sufridos vecinos que sirven de excusa a la pantomima que no se proponga demasiado.
´Impulsar´: no puedo añadir más argumentos, pues me hallo en el éxtasis y orgasmo de la hilaridad; si ni siquiera impulsan las medidas contenidas en la nueva Ley General Turística, que viene de la venerada Mallorca, van a aplicar las que se supone que contendría un reglamento insular. Me parto el bauza, digo el bazo.
Me pregunto qué pecado cometimos los españoles y los ibicencos (no hablo de los baleares, ya que entiendo que no existe el sentimiento de lo balear, salvo en las mentes radicales tiránicas de algunos) para merecer a esta plebe (en su acepción política y antropológica) gobernando, que adolece de la episteme platónica, la ética aristotélica o de los valores democráticos que defendía Ortega.
Estamos regidos por demagogos e inmersos en una peyorativa democracia, que se ha degradado en la peor de las oclocracias.

Diario de Ibiza