Las identidades (culturales, sociales o individuales) son algo inevitable, pero algunas se articulan de forma especialmente exasperada a partir de patrones de oposición y antagonismo pronunciados. Es el caso de la lengua catalana moderna, sobre todo en los últimos treinta años, que si por algo se define es por su oposición a toda influencia del idioma castellano. En este caso se llevaría hasta las últimas consecuencias lo que es un patrón político de claro corte soberanista y excluyente, que tiene como enemigo principal todo lo relacionado con la cultura castellana, y eso sucede no sólo en Cataluña sino también en Baleares.
En sus memorias (Filologia catalana. Memòries d’un dissident, 2007), el escritor catalán Xavier Pericay se refiere a la cuestión de lo que en filología se llaman 'formas preferentes', es decir, aquellos términos que, habiendo también otros que se refieren a la misma cosa, tienen preeminencia sobre éstos. Resulta que en el catalán reciente se han escogido las formas preferentes en base a su oposición al castellano, lo que no sucede cuando se trata de términos franceses o ingleses. Por ejemplo, si nos encontramos con dos palabras como son 'buscar' y 'cercar' para referirnos a lo mismo, se ha escogido la segunda como preferente por su escaso parentesco con la forma castellana habitual.
El caso es más llamativo si consideramos que, en muchas situaciones, la forma relegada era la que históricamente había sido más utilizada. Esta situación se ha dado mucho en el dialecto mallorquín, del que están siendo extirpadas expresiones tradicionales por mostrar un cierto parentesco con la forma castellana. En este caso, 'buscar' estaba incluida en el diccionario de Pompeu Fabra, que reconocía la vigencia del término, pero eso no ha bastado para que fuera conservada. Queda claro que en la definición del catalán moderno, las consideraciones estrictamente lingüísticas han sido relegadas en beneficio de otras, completamente politizadas y de corte abiertamente anticastellano. Se partiría de una consideración fóbica de todo lo que tiene que ver con el castellano, que se convierte en algo que habría que extirpar y eliminar por sistema.
Pericay relata algún otro ejemplo interesante sobre esta cuestión, que tiene que ver con la irrupción en el idioma de los neologismos. Por ejemplo, 'autocine', que un día comenzó a aparecer en la prensa catalana. Si en otras lenguas este tipo de irrupciones no suponen excesivos problemas, para el politizado catalán moderno sucede exactamente lo contrario cuando la palabra en cuestión es de origen castellano. En la esfera de los mandarines de la lengua catalana al término en cuestión se lo trata como si fuera un virus o una bacteria: la palabra se somete a estudio, de forma extraoficial por parte de la Sección Filológica del Instituto de Estudios Catalanes, tratando de buscarse una traducción catalana. En este caso no se encontró una palabra adecuada, y la solución al problema consistió en no volver a utilizar este neologismo. Resultado: los autocines desaparecieron de Cataluña, no así de otras regiones de España.