viernes, 5 de octubre de 2012

Salvador Sostres desenmascara el nacionalismo independentista

SALVADOR SOSTRES
 La escuela catalana


Colgado en un tablón de anuncios de un hospital de Catalonia

El ministro Wert dice que la escuela catalana es una fábrica de independentistas y tiene toda la razón. El sistema educativo catalán está planteado sobre la base de que Cataluña es una nación, el catalán su idioma y el castellano una lengua más, como el inglés. Me extraña que el gobierno catalán lo niegue en España, porque presume de ello en Cataluña.
No se puede negar la evidencia. No hay ningún sistema educativo que sea neutro y el catalán no es una excepción. Se puede estar a favor o en contra, pero la escuela catalana es un proyecto pedagógico y también nacional como sucede clarísimamente en Francia, y de un modo más sutil en el Reino Unido o en Alemania.

 Luego aflora la tara y hay padres que eligen la escuela de sus hijos en función de su catalanismo incluso por encima de su calidad, y ello se traslada a diferentes esferas de la vida pública, donde importa más la militancia que el talento: Cataluña será siempre una provincia hasta que no entienda
que es mucho más catalanista el Contra Cataluña de Arcadi Espada o el Ubú president de Albert Boadella que las absurdas chanclas y la sudada camiseta de los profesores nacionalistas, sindicalistas y nefastos de tantos institutos catalanes.

 Convergència pretende gobernar Cataluña como si fuéramos un país independiente, porque forma parte de su genética corrupta y cobarde querer gozar de los privilegios sin pagar el precio. También España nos trata como si fuéramos otro estado cuando en lugar de hacer cumplir la ley dice que concertará algunos colegios privados catalanes para que los padres que lo deseen puedan educar a sus hijos en castellano.

 No es una cuestión de libertad, en tanto que ningún padre de ningún país del mundo elige en qué idioma va a estudiar su hijo cuando lo lleva a un colegio público. Es una cuestión política: la política de una Cataluña que intenta vivir como si fuera independiente y la política de una España que amaga con querer uniformizar el Estado pero que, a la hora de la verdad, acaba siempre reculando.

 El catalanismo político es tribal en tanto que se incorpora sólo a los que «están de acuerdo conmigo» en lugar de tener un sentido más patrimonial, de verdadero estado; y el españolismo en Cataluña vive acomplejado y parece estar siempre en falso.
 Todos nos conocemos desde hace mucho tiempo y aquí nunca pasa nada: tal vez sea mejor así, pero son muy cansinos estos espectáculos de quien finge estupefacción porque «aquí se juega», como el prefecto Renault en Casablanca.

Ni Cataluña es lo suficientemente valiente para independizarse, ni España lo suficientemente fuerte para acabar con el proyecto nacional catalán. Caldear el ambiente de vez en cuando nos sirve para desfogarnos, pero Mas está ya rebajando la hinchazón independentista de la Diada con sus patateros rodeos semánticos, y Rajoy está estudiando qué nombre nuevo y discreto le da a la especie de concierto económico que tarde o temprano va a ofrecer a la Generalitat.
 Si las escuelas catalanas son una fábrica de independentistas, es con el permiso de una España que lo tolera y lo financia; y paga luego algo simbólico para que estén contentos los del otro lado. Wert cobra comisiones del casino clandestino del Rick's y Mas vende salvoconductos en el Blue Parrot.
Siempre nos quedará París, y una rubia más puta que las gallinas.

Salvador Sostres en El Mundo