Grupo Mariano Digital
sábado, 23 de junio de 2012
En los pueblos de Mallorca solo se zurraba a los homosexuales, a los chuetas y a los forasteros
Vieja escuela
por Ramón Aguiló Obrador
ANTES, en los buenos tiempos, en los
pueblos de Mallorca solo se zurraba a los
homosexuales, a los chuetas y a los
forasteros. Por ese orden y predilección. A
nadie más. Salvo algún que otro hachazo
certero en la frente de alguna esposa
desgraciada, la violencia en la isla siempre
ha tenido una inspiración social,
comunitaria. Nuestra legendaria cobardía
siempre ha buscado en comandita al débil,
al extraño, al diferente, al raro, para
acorralarlo contra una esquina y partirle
los tímpanos a gritos y manotazos. Ahora
bien, huelga decir que ante la predilección
antes anotada por los homosexuales, una
pieza siempre muy preciada en los diversos
pueblos de la geografía insular, es más,
suele tratarse del trofeo más digno de
comentar en la barra del bar de la plaza,
han sido siempre los despistados
habitantes de otros pueblos, que por una
extraña razón han tenido la temeridad de
adentrarse en donde nadie les llamaba.
Incluso podríamos asegurar que la
disyuntiva ontológica de todo pueblo ha
sido saber qué sangre vale más, la del
habitante del pueblo vecino, al que se odia
de siempre, de una manera natural y
visceral o, por el contrario, el visitante
palmesano, hermano del clásico
«dominguero» y primo bastardo del
«madrileño», obligado a cargar con su
sambenito de chuloputas centralista por
todas las esquinas de nuestra península.
Pero ahora, venidos los malos tiempos
resulta que los pueblos de Mallorca, como
diminutas e insignificantes repúblicas
rusas en plena e insolente erupción, se han
unido simbólicamente para descargar su
violencia y malestar sobre su maligno Zar y
gobernador. El socialdemócrata
bienpensante, besándose con lengua
envenenada con el más baboso
nacionalista, cree que Bauzá se lo tiene
bien merecido, que el alzamiento de la
nación mallorquina es legítimo y
representa un acto de defensa ante los
infieles ataques de un gobierno desaforado.
Y eso precisamente, el descubrimiento de
un odio comunitario, de un enemigo
común, es lo parece que, al fin, puede unir
a todos los pueblos de Mallorca como nada
ni nadie los ha unido jamás, ni siquiera el
fútbol o el confesionario. Contemplado sin
ningún atisbo de cinismo, tal vez esto
represente no tanto un abandono de la
vieja escuela disciplinaria mallorquina,
sino más bien su más profunda
transformación moderna, pues, visto lo
visto, con Bauzá nos topamos ante un
adversario de primera categoría al ser él un
indígena que se comporta como un
forastero, lo cual, para nuestra legislación
sentimental insular, constituye un acto de
alta traición. Piénselo la próxima vez que
agarre la cacerola más contundente de su
vajilla; si él, como el gran Crucificado, no
nos puede unir en el amor, al menos, Señor,
que nos una en el odio.
Ramón Aguiló en El Mundo