HAN tenido que pasar más de veinte años para que un maestro en ejercicio —y, cuando digo un maestro, estoy diciendo también una maestra— decida romper las cadenas de la reforma educativa. Y ha tenido que ser en Andorra.
Pero, en fin, bienvenido sea el héroe. O la heroína. Natividad Sánchez Servat, se llama. Esa maestra de P4, que presta sus servicios en la Escuela Española de Escaldes-Engordany, acaba de recibir un informe netamente desfavorable de la Comisión de evaluación del personal docente de la Consejería de Educación de la Embajada Española en Andorra, lo que significa, según la jerga al uso, que no habrá «prórroga en la adscripción al puesto que ocupa».
En síntesis, que Natividad Sánchez, tutora de once niños desde hace dos años, no podrá concluir, muy a su pesar, el ciclo de infantil —y eso que incluso los padres de los churumbeles están recogiendo firmas para que siga un curso más—.
En el informe, fechado el pasado 19 de abril, figuran una serie de incumplimientos en los que habría incurrido Sánchez. Por ejemplo, el extraviar un lápiz de memoria USB que se entrega a cada docente a principio de curso y que contiene información y documentación del centro. O el alargar en demasía los recreos de los niños. O el descalificar a compañeras de trabajo. Pero acaso el cargo más relevante que se le imputa sea su empecinamiento en usar una metodología y en programar unas actividades tendentes a conseguir unos objetivos «demasiado elevados».
Y es que sus educandos, con sólo cuatro años, ya saben leer, empiezan a escribir y son también capaces de restar y sumar. Y hasta poseen sorprendentes nociones musicales. Una de las madres lo ha explicado muy bien: «Los niños piden y ella les da más».
Exacto. Justo lo que el sistema educativo nacido en 1990 con la LOGSE y perpetuado en 2006 con la LOE impide de modo terminante. Dar más. Esto es, creer en el esfuerzo, en la superación, en la excelencia. Creer en la libertad, en una palabra.
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