Tiempo, postelectoral, por Ramón Aguiló
RAMON AGUILÓ Los voceros de siempre, que siempre justifican las derrotas propias como resultado de las culpas de los otros, para evitar rendir responsabilidades, culpan de todo a Zapatero. Desde luego tiene mucha culpa. Pero no toda.
Por ejemplo, en Madrid, tanto Esperanza Aguirre como, sobre todo, Gallardón, a pesar de haber ganado las elecciones, han perdido muchos votos.
Cabe preguntarse por qué aquí, con una legislatura en la que no se ha hablado de otra cosa que de los escándalos de corrupción del PP de Matas, este partido haya conseguido el récord de representación de toda su historia con 35 diputados. Pero, atención, con parecidos votos y porcentaje que en 2007.
No ha sido una victoria aplastante del PP, ha sido un hundimiento sin precedentes del PSIB-PSOE.
Ahí van algunas explicaciones:
1º) La inexistencia de un proyecto autónomo del partido socialista para el conjunto de la población. El fracaso de la fórmula del multipartito, repetido aquí y en Cataluña. Hay que recordar que el del PSC ha sido siempre el modelo seguido por el PSIB. La estrategia que mantiene desde hace 20 años de pacto a la izquierda y a la derecha nacionalista ha sido un estrepitoso fracaso; puede facilitar el acceso al gobierno, al ejercicio del poder, a repartir poder y empleo público entre los conmilitones, pero no permite la acción de gobernar; los programas de tan amplio abanico son incompatibles y conducen a la división en taifas y a la parálisis. Y consecuentemente, a la derrota electoral.
2º) El pacto con la corrupción de UM desmoviliza al electorado de la izquierda. Hasta el último momento Antich ha estado cortejando a sus herederos.
3º) Hacer política desde la centralidad no tiene nada que ver con la posición genuflexa ante los hoteleros, ni con condecorar al empresario Pedro Serra, ni con desarrollar políticas lingüísticas al gusto de una parte –muy respetable– de la población. Hay que gobernar para todos.
4º) El PSIB, con el morral vacío, se ha limitado en la campaña electoral, imitando al perdedor PSC, a repetir el cuento de que viene el lobo, intentando retorcer las conciencias del electorado más crítico, el que decide las elecciones, pretendiendo crearle sentimiento de culpa. No cuela. Si viene el lobo es por culpa del PSIB.
5º) Bauzá ha limpiado las listas del PP de imputados y de consellers de Matas. No ha pretendido hacer justicia, sino regenerar –o intentar que lo parezca–, al partido para ganar; lo ha conseguido. El PSOE ha llevado imputados en sus listas. Era absurda la casuística de una hipotética diferencia en la condición de imputado en el caso de Tarrés.
6º) Bauzá, mal que les pese a los forofos sectarios, ha manifestado en la campaña y después de la campaña, unas intenciones de gobierno que en su mayoría han parecido a los ciudadanos de sentido común y sensatas; ya veremos si las cumple o no.
7º) En la conciencia de mucha gente ha llegado a cuajar la idea de que si había que elegir entre afrontar recortes en sanidad, educación y dependencia o en políticas lingüísticas y en el entretenimiento de las televisiones, estas segundas eran estratégicamente más importantes para socialistas y nacionalistas, porque han hecho de la identidad el núcleo de sus políticas. O subir más los impuestos. No se pagaba a proveedores –gasto farmacéutico– pero se seguía con las subvenciones –Armengol– por cuestiones de lengua.
Sócrates, en Portugal, ha dimitido inmediatamente.
Sócrates, en Portugal, ha dimitido inmediatamente.
Como Armengol, Antich, sigue. Ha disfrutado de todas las oportunidades. Le han presentado cuatro veces a las elecciones autonómicas como candidato a la presidencia del Govern. Las ha perdido todas.
En 1999 y 2007, mediante los pactos con la izquierda, los nacionalistas y la corrupta UM consiguió encaramarse a la presidencia. Pero su gestión no ha dado ningún fruto.
Ni en la primera ocasión, marcada por la parálisis y la ecotasa, ni en la segunda, marcada por la misma parálisis y por la corrupción de UM, mirando hacia otra parte.
Como en la parábola de los Evangelios, se le han dado graciosamente los talentos y los ha desperdiciado.
Cada gestión de sus gobiernos ha sido castigada en las urnas y, cada vez, en lugar de afrontar su compromiso con los electores y ejercer la responsabilidad de dirigir la oposición, ha puesto el Mediterráneo por medio y ha huido, primero al Congreso, donde pasó desapercibido, y ahora al inútil Senado, donde nos hará añorar el activismo de Pere Sampol.
Ha sido un burócrata honrado en lo personal, fiel seguidor de una estrategia política profundamente errónea marcada por los profesionales de la política, esos que se gane o se pierda siempre tienen en la política un nicho de supervivencia.
Le han faltado el fuste, el coraje, la pasión y la altura de miras que a ojos de los ciudadanos definen a un líder comprometido con su país, que trasciende los cicateros intereses de partido.
Le ha sobrado la mediocridad de rodearse de mediocres, de enviar al ostracismo –eso sí, bien remunerado– a gente de más peso personal, como Francesc Triay, para que nadie le hiciera sombra. La historia no le reivindicará.