Grupo Mariano Digital
lunes, 8 de noviembre de 2010
Los musulmanes y la integración, por Rafael Vargas
La integración de los musulmanes parece requerir algo más que sociolingüística cuando pasan generaciones y el choque cultural sigue patente. Cuando Saladí Costa dice en Diario de Ibiza que «només ens podem explicar les problemàtiques d´integració, culturals o socials, per la absència d´un nivell adequat d´Islam cultural, social i espiritual entre els immigrats islàmics», ignora que el terrorismo islámico demuestra lo contrario: los fanáticos tienen un nivel sociocultural por encima de la media. Los que poseen un «nivell adequat d´Islam cultural» conocen bien los 257 versos que llaman a la guerra en el Corán. Saladí pretende que el Renacimiento y la separación Iglesia/Estado los aprendió Europa en Al-Andalus. Es cierto que los clásicos volvieron a Europa por tierras islámicas, pero dejaron huellas muy distintas en el mundo del Corán y en el del Evangelio.
Aristóteles quedó reservado a una élite intelectual del Islam sin calar en su cultura, y ´Política´, la obra que más podía influir en el pensamiento político, ni siquiera se tradujo al árabe. La sociedad musulmana no se helenizó y no pudo por tanto impresionar a otros con ideas y actitudes que nunca adoptó. Mientras en la Europa de los siglos XII y XIII Aristóteles conmueve la concepción del mundo, la ciencia y la política, y se elabora una visión laica del poder, el Islam no supo asimilarlo para evolucionar su pensamiento político. Le faltó también una institución, la Universidad medieval cristiana, donde se discutiera en libertad y se divulgaran ideas y conocimientos. Lo político, lo jurídico y lo religioso no se disociaron jamás en el Islam, y las referencias a la Sharía que nos llegan hoy de algunos países musulmanes muestran que siguen sin disociarlos.
Las novelas que pintan una idealizada y tolerante Al-Andalus chocan con la historia real: que Averroes comentara a Aristóteles en los mismos siglos no le impedía predicar la jihad contra los cristianos en la gran mezquita de Córdoba y «la obligación de matar a los heterodoxos». El Derecho romano tampoco influyó en el sistema jurídico islámico: recuerda Moussali que no existe, en árabe, término para traducir lo que en Occidente llamamos ´persona´, con toda la trascendencia de ese concepto para el Derecho occidental.
Hay un temor en Occidente, por desgracia nada paranoico, a las reacciones de violencia musulmana ante una simple caricatura de Mahoma: la tolerancia que formuló Locke y adoptó la Ilustración, irrenunciable en la mentalidad occidental, no la acepta un mundo musulman en que los escasos Diderot y Voltaire (el más conocido, Salman Rushdie), han sido y son silenciados, condenados y acosados.
El multiculturalismo hoy en boga es cercano a esa intolerancia: confunde la tolerancia con un superficial ´todo es lo mismo´, una apreciación de la diversidad acrítica y ligada a no defender ideas, convicciones o religión alguna porque manda que todas se consideren al mismo nivel y prohíbe enjuiciarlas como falsas, absurdas u odiosas. Pero la tolerancia sin descafeinar incluye la libertad de conciencia y pensamiento para aborrecer las ideas de otros, poder decirlo y no obstante admitir su presencia con los mismos derechos que los de uno mismo. Esa tolerancia auténtica, que tiene enemigos en casa como son las ideologías totalitarias o el bobo multiculturalismo, sigue siendo la asignatura pendiente de muchos musulmanes.
Diario de Ibiza