sábado, 13 de noviembre de 2010

Las predilecciones de Cataluña , por Francisco Caja





La mesa está servida: el próximo día 28 de noviembre los catalanes podrán escoger libremente entre la amplia carta de candidaturas que aspiran a representarlos. Pero la mitad de ellos preferirán quedarse ayunos. ¿Desafectos o desengañados? Como de ordinario, la psicología no es sino una forma de enmascarar la realidad. ¡Como si el voto fuera un signo de amor! No. La previsible abstención de la mitad de catalanes en las próximas elecciones es un síntoma de otra cosa: de la miseria política a la que el nacionalismo ha conducido a la sociedad catalana.

¿Podemos escoger libremente? Sin duda… pero siempre que elijamos la opción correcta. Porque ése es el régimen político catalán. Aquí, en Cataluña, no es suficiente con obedecer; hay que hacerlo, además, voluntariamente, de buen grado. Y eso implica –la cuestión se ha vuelto últimamente de rabiosa actualidad– la confesionalidad de poder político en Cataluña. Uno, en la esfera pública, puede mostrar sus predilecciones… siempre y cuando éstas no sean contrarias a Cataluña, a la iglesia catalana. Una especie de marranismo generalizado paraliza a la mitad de catalanes ante las urnas.

Neomarranismo, el nombre apropiado para un verdadero régimen político en el que las preferencias de los ciudadanos están falsificadas. Verdades privadas, mentiras públicas, que diría Timur Kuran. Porque éste es el verdadero divorcio, la esquizofrenia cotidiana a la que hemos sido condenados los catalanes tras 30 años de nacionalismo. Una Cataluña oficial que nada tiene que ver con la Cataluña real: dos mundos paralelos. Sí, Cataluña es una nación, una nación virtual que nada tiene que ver con la sociedad catalana, que transcurre, que fluye incesantemente de los medios públicos y concertados catalanes. Y eso no hay elección que lo remedie. Dicho con brocha gorda: el hecho es que los catalanes, de una manera singular, “mentimos sobre nuestras preferencias privadas, presionados por la opinión pública mayoritaria, percibida o imaginada”.

Los problemas reales de los catalanes no figuran en la agenda de nuestros políticos. De lo que aquí se trata es de construir Cataluña. La política ha sustituido a lo político. “La política, eso es Cataluña, cretino”, parece constituir el lema que determina la vida política catalana. El ciudadano en Cataluña afronta una situación desesperada: mediante procedimientos formalmente democráticos no logra reflejar sus preferencias. Y todo cálculo, toda actividad racional, es impotente para modificar esa situación. Mal asunto, como diría el castizo. Un círculo vicioso, como afirma Kuran, pues, al final, las preferencias privadas se modifican hasta tal punto que el statu quo se endurece, se fosiliza de tal modo que cualquier posibilidad de cambio se desvanece.

Cataluña es, pues, una y no puede ser otra. Tal es el dogma. Y el que impugna el dogma deja de ser catalán; se convierte ipso facto en un enemigo de Cataluña. Que es excluido de la vida pública. Sistemáticamente. La broma dura ya más de 30 años. Y el que no se integra es porque no quiere.

Porque aquí no se excluye a nadie: el que no se convierte a la religión verdadera del catalanismo es porque no quiere. Y ¿quién no habría de quererlo? Como dijera allá por 1918 Francesc Pujols, filósofo del nacionalismo y uno de los autores más citados por Pujol:

“A los catalanes se les llamará los compatriotas de la verdad y todos los extranjeros nos mirarán como si mirasen la sangre de la verdad, y cuando den la mano a un hermano nuestro, además del respeto y la veneración que le profesarán, les parecerá que tocan la verdad con las manos, y como que habrá muchos que se pondrán a llorar de alegría, les habrán de enjugar las lágrimas con su pañuelo y ser catalán equivaldrá a tener los gastos pagados en cualquier sitio donde vaya, porque bastará y sobrará que sea catalán para que la gente los alojen en su casa o les paguen la fonda, que es el mejor obsequio que se puede hacer a los catalanes cuando vamos por el mundo, y, en resumidas cuentas, valdrá más ser catalán que millonario y como las apariencias engañan, a pesar de que sea más ignorante que un asno, cuando los extranjeros vean a un catalán creerán que es un sabio y que les trae la verdad en la mano, y eso hará que Cataluña se vea reina y señora del mundo, tanta será nuestra fama y la admiración que se nos profesará en todas partes, que habrá muchos catalanes que por modestia no se atreverán a decir que lo son y se harán pasar por extranjeros.”

*Francisco Caja es profesor de Filosofía y presidente de Convivencia Cívica Catalana.

Vía La Gaceta.

En el Parlamento de Cataluña en 2007