martes, 9 de noviembre de 2010

El avispero lingüístico, Joan Font Rosselló, El Mundo

EL DEBATE lingüístico que se ha suscitado a raíz de las intenciones de
José Ramón Bauzá de derogar el decreto de mínimos merece algunas
reflexiones.



1.- Satanización del PP.

Una constante en la izquierda balear es la
demonización del PP, siempre fieles a la máxima de Alain Finkielkraut,
«la izquierda no tiene ideas, sólo enemigos». De ahí su afán en
resucitar incluso anacronismos como «regionalista» a los ya habituales
como «españolista» o «fascista». Etiquetas que no significan nada ya
que su único cometido es criminalizar al adversario. ¿Qué significa
ser regionalista? Si regionalismo, un término que se asocia a Cambó o
Prat de la Riba en sus afanes por obtener una cierta autonomía para
Cataluña, es ser favorable a la autonomía, entonces un partido como
UPyD es regionalista, como el PP, PSOE o UM. ¿Qué significa ser
españolista? Si significa defender la unidad de España y cambiar
aquellos aspectos que ponen en peligro su pervivencia como tal (como
las competencias educativas en manos de las autonomías), UPyD es
españolista, naturalmente. Perplejidades aparte, lo grave es que
detrás del superlativo sólo hay una intención de estigmatizar, no de
describir una realidad. Es como si toda la energía se agotara en el
insulto superlativo, como si llamando a uno «españolista» o «fascista»
no hiciera falta argumentar más. Durante la campaña de 2007 la
izquierda hizo exactamente lo mismo para desprestigiar a Jaume Matas y
Rosa Estaràs. Tras renunciar a presentar ninguna alternativa de
gobierno ni ninguna propuesta en positivo, los partidos que después
configuraron el Pacte se centraron en destacar lo negativo de sus
adversarios en vez de resaltar lo que ellos mismos tenían de positivo.


2.- Debates superados.

La estrategia de catalanistas -así como de
otros totalitarios como las feministas- para penetrar en la sociedad
se consuma en tres oleadas. La primera, cambiar la ley positiva (ley
de normalización, estatuto). Segunda, trasladar su contenido legal a
través de la educación a las nuevas generaciones que terminan por
creer que la ley en sí misma es un dogma inatacable so pena de caer en
el ridículo y merecer el ostracismo. Y tercera, la difusión de los
nuevos valores a toda la sociedad. Cuando alguien cuestiona esta
ingeniería social de transformación de valores se le descalifica por
resucitar «debates superados», quebrantar «consensos lingüísticos» o
aliarse con perniciosas compañías «anticientíficas».


3.- Posiciones inconciliables.


Las posiciones entre catalanistas y
anticatalanistas son más irreconciliables y excluyentes que nunca.
Hablan lenguajes distintos y difícilmente se pondrán de acuerdo. Si
uno observa los argumentos de cada uno, no es difícil hallar el núcleo
filosófico (individualismo/holismo) del que nace tal confrontación.
Los catalanistas hablan de sociolingüística y del uso desigual de las
lenguas. Los liberales hablan de libertades individuales. Los
catalanistas apelan al deber de los ciudadanos hacia el idioma que
«está en inferioridad de condiciones», algo que les trae sin cuidado a
los liberales que creen -y tienen razón en un Estado de Derecho- que
los únicos sujetos provistos de derechos son los individuos y no las
lenguas. Los catalanistas creen que todos debemos sacrificarnos por la
lengua -son como la Guardia Civil, todo por la patria- mientras los
liberales creen que las lenguas son instrumentos para utilizarse con
libertad. El bien supremo de unos es la lengua, para los otros es la
libertad. No en vano el debate está más vivo que nunca porque, a
diferencia de los catalanistas que apenas han evolucionado
intelectualmente en treinta años, los anticatalanistas sí han avanzado
al incorporar todo el aparato conceptual del liberalismo que ha dejado
en fuera de juego el tradicional argumentario catalanista. No existe
mayor evidencia de la impotencia intelectual de estos últimos para
hacer frente a la libertad que su sistemático recurso al insulto. Las
vetustas categorías conceptuales del nacionalismo -de las que se
nutren todos los catalanistas, sean o no nacionalistas confesos-
siguen lógicamente ancladas en el viejo concepto de nación, una
idea-fuerza que irremisiblemente pierde fuerza con la modernización de
la sociedad que ensalza al individuo y su esfera de libertades
negativas. Que los Estados Unidos vean la imposición catalanista como
una conculcación de los derechos humanos es un aviso a navegantes que
revela que los signos de los tiempos son liberales y nada
nacionalistas. Y esta tendencia es imparable. Tal vez el único avance
estrictamente moderno -y en el fondo individualista y economicista-
del nacionalismo sea el chantaje que practican los diputados
nacionalistas en las Cortes españolas para favorecer a «sus» regiones
en forma de ventajas fiscales, competencias o inversiones. Tanto es
así que, entre los propios nacionalistas, las tesis economicistas van
ganando terreno a las tesis culturales, lingüísticas o del «ius soli»,
desprestigiadas desde la experiencia hitleriana y la guerra de los
Balcanes.

La incapacidad del catalanismo en combatir las tesis liberales es
evidente. Los catalanistas niegan el derecho de los padres a elegir la
lengua vehicular de sus hijos en la enseñanza porque dicen que los
hijos tienen «derecho» a aprender el catalán y que sus padres no les
pueden privar de ello. Sustituyen el derecho de los padres a elegir
por un supuesto «derecho» de los niños que la Administración debe
vigilar. Por arte del birlibirloque, los nacionalistas convierten el
discutido «deber» de aprender en catalán en un «derecho». Además, la
familia es sustituida por el Estado en la toma de decisiones. La
falacia es aún más evidente cuando nos preguntamos por qué los
catalanistas no aplican el mismo «derecho» a los niños de la Part
Forana que apenas saben hablar en castellano, cuando el dominio del
castellano, como reconocen implícitamente los propios catalanistas,
ofrece mayores ventajas que el catalán. ¿Acaso no están condenando de
por vida a los niños inmersos en catalán al privarles del dominio de
una lengua, el castellano, mucho más útil desde todos los puntos de
vista? Un ejemplo paladino que pone de relieve que cuando los
catalanistas cambian el calor del establo por el ámbito de los
derechos llevan todas las de perder.