jueves, 5 de agosto de 2010

El atún rojo, al borde de la desaparición


Cuando en el año 92 el Gran Banco de Terranova, que había albergado la mayor pesquería de bacalao del mundo, colapsó se declaró la veda de esta especie en todo el Noroeste Atlántico, pero la medida llegó demasiado tarde y casi dos décadas después apenas sí se perciben signos de recuperación.
Las alarmas sobre la mala salud del stock pesquero ya se habían disparado años antes porque existían datos contundentes, como que el tamaño de los ejemplares era cada vez más pequeño y el número de capturas menor. Se continuó con la sobreexplotación y en junio del 92, cuando los arrastreros no encontraron bacalao suficiente para llevar a las factorías, se certificó oficialmente su defunción. Todo el sector vinculado al negocio del bacalao en Canadá se vino al traste y de la noche a la mañana se acabó con una actividad que venía desarrollándose desde hacia 400 años, rompiendo el mito de que los recursos marinos son inagotables.
El caso del bacalao de Terranova, calificado como desastre medioambiental, social y económico provocado principalmente por una mala gestión de los recursos, ha demostrado que cuando se llega a ciertos límites se altera tanto la dinámica de un ecosistema que es prácticamente imposible revertir la situación. Esta experiencia debería servir de ejemplo de lo que nunca debe hacerse, pero años después la historia se repite y, actualmente, existen numerosas especies que tienen todas las papeletas para acabar como el bacalao canadiense y una de ellas es el atún rojo.





Soplan malos vientos para esta especie en el Año de la Biodiversidad. Aunque desde hace tiempo se ha capturado mucho más de lo recomendable, a partir de los años 90 la situación se agrava, la causa principal es la gran demanda del mercado asiático, especialmente el japonés, que utiliza cantidades ingentes de esta especie para elaborar dos platos que se han popularizado mundialmente, el sushi y el sashimi.
Los precios que alcanza, a partir de entonces, son exorbitantes, en consecuencia la tecnología pesquera se sofistica, además comienzan a proliferar en el Mediterráneo las granjas de engorde, en las que los atunes pasan entre seis y ocho meses tras ser capturados en espera de que llegue el momento más propicio para su venta.
La situación se acerca peligrosamente a un riesgo de extinción comercial. Se estima que el stock de reproductores está entre un 14% y un 35% con respecto a hace 50 años.
Se ha llegado a esta situación en principio por la sobrepesca y se ha agravado con las granjas, ya que esta práctica es la responsable de la desaparición de una gran parte de los reproductores en la última década y además hasta hace poco los ejemplares de jaula no eran contabilizados como pesca con lo que los datos de captura que se manejaban estaban bastante alejados de la realidad.





"La gestión de las especies pesqueras tiene tres patas explica Ignacio Catalán, investigador del grupo de Ictiología del IMEDEA, la ambiental, la económica y la social, pero desde mi punto de vista la primera es la más importante, porque mientras la económica y social son reconducibles, la medioambiental no, y es básica para que las otras dos puedan tener continuidad".
"Se acabaría con una tradición pesquera de miles de años de antigüedad, continúa evidentemente tendría repercusiones económicas, pero lo más grave es que se generaría un desequilibrio en las redes tróficas. El atún rojo es un gran depredador y su pérdida tendría unas consecuencias difíciles de prever".
En los últimos años entre los proyectos de investigación orientados al conocimiento de especies marinas de interés comercial ha destacado TUNIBAL, dirigido por el Instituto Español de Oceanografía y en el que ha participado Ignacio Catalán, y que tiene como principal objetivo determinar la influencia que tienen las condiciones ambientales sobre el éxito reproductivo del atún rojo y de la ecología larvaria de esta especie y afines en el mar balear. Lo que ha mostrado esta investigación es que la zona sur de Baleares es una de las más importantes del mundo para la puesta del atún rojo.
"Las aguas atlánticas que entran por Gibraltar son menos salinas que las mediterráneas y cuando llegan a Baleares se encuentran con una barrera topográfica, comenta Catalán, que genera remolinos anticiclónicos –en el sentido de las agujas del reloj, reteniendo huevos y larvas. En esta área los atunes vienen a hacer su puesta, concentrándose las migraciones reproductivas y, precisamente, por estar muy localizadas en una zona relativamente pequeña son muy vulnerables a la pesca".
El Govern balear, muy implicado en la defensa de la especie, promovió la creación de un santuario en el que se protegiese al atún durante la época de reproducción, elevando una petición al Gobierno central. La medida, en opinión de Catalán, es interesante siempre que esté bien gestionada y cuente con el consenso de los miembros del ICCAT, Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico, porque la zona habría que vigilarla para evitar incursiones.
La triste realidad es que hasta el momento todas las soluciones que se han propuesto no han dado resultados. Uno de los últimos intentos ha sido incluir al atún rojo en el apéndice uno del Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), lo que en la práctica hubiera supuesto la prohibición del comercio internacional del atún, pero este cartucho se agotó el pasado mes de marzo en la Convención de Qatar, cuando la prohibición fue rechazada lo que, según muchos expertos, puede suponer la condena de la especie.

Recuperación

El ICCAT estima que para que hubiera una probabilidad de recuperación del 50% en 2023 serían necesarias medidas como el cierre de las pesquerías durante varios años. Por el momento, en 2010 las cuotas de captura para el Mediterráneo y el Atlántico este (13.500 toneladas) se han reducido un 40% con respecto a 2009.
La puesta en marcha desde 2006 de planes de recuperación con medidas de control más exigentes, como observadores a bordo de los cerqueros o la documentación de todas las transferencias de capturas, incluidas las de las jaulas, han hecho que al menos los datos que se tienen sobre la especie están más cercanos a la realidad. También hay indicios de un ligero aumento de las poblaciones de juveniles, aunque no son relevantes para la gestión actual, ya que el atún, que puede vivir hasta los 35 años, no se empieza a reproducir hasta los cuatro.
El marcaje electrónico y seguimiento vía satélite de ejemplares está permitiendo conocer muchos aspectos del atún rojo que podrían ayudar a la especie en el futuro. Así se sabe que este pez realiza grandes migraciones, que puede alcanzar hasta los 1.000 metros de profundidad y que las poblaciones del Atlántico oeste (Norteamérica, y Golfo de México) y las del Atlántico este y Mediterráneo coinciden en ciertas zonas por lo que la gestión de ambas debe ser conjunta y no separada en dos grandes bloques como se ha hecho hasta ahora.
En cuanto a la cría en cautividad se ha conseguido que el atún rojo realice puestas, pero no se trata de doradas o lubinas, comenta Catalán, y el mayor problema es que hay que lograr que los ejemplares alcancen una talla, para lo que se necesitan piscinas enormes y muchísimo alimento.
La pérdida de una especie siempre es un desastre irreversible y de consecuencias imprevisibles y más aún cuando se trata de una especie depredadora y emblemática como el atún, con características tan poco comunes entre los peces como el mantenimiento de su temperatura corporal varios grados por encima del medio ambiente –condición que le permite moverse desde los trópicos hasta cerca del Círculo Polar Ártico–, la complejidad de sus rutas migratorias y otras muchas incógnitas todavía no desveladas sobre sus ciclos vitales.

Elena Soto, Baleolópolis