jueves, 29 de julio de 2010

El ocaso wagneriano del turismo, por Antonio Alemany Dezcallar

EL MOMENTO ES trágico: tenemos el peor Govern en la peor situación,
mientras asistimos al proceso -creo, además, que acelerado- del final
de un modelo turístico que nos ha proporcionado los cincuenta años de
mayor prosperidad de nuestra historia. El trágico espectáculo es,
casi, wagneriano, una hecatombe que se produce ante nuestros ojos sin
saber qué hacer y con un Govern que, en el colmo de la estulticia,
piensa que -Antich dixit- una de sus mayores aportaciones ha sido
propiciar un «cambio de modelo económico» que, en Baleares, equivale a
cambio de modelo turístico.

A la crisis económica hemos añadido la crisis turística, una crisis
que no es de mejor o peor temporada, sino de concepto y de conciencia
de que nuestro modelo es lo que se llama un «modelo maduro», es decir,
inviable y sin futuro. ¿Cuándo calificamos de «maduro» un producto o
un sector? Cuando este producto o sector está acabando su «ciclo
vital». Es decir, y traducido a términos económicos y sociológicos:
cuando el incremento de las ventas declina, cuando los precios se
degradan, cuando los clientes sustituyen el producto por otro, fieles
al principio de la elasticidad de la demanda, y cuando la competencia
deviene sencillamente imbatible. Entonces estamos ante un producto
«maduro».

Antich, en su simplicidad habitual, piensa, como suele ocurrir en los
socialistas, que el imprescindible cambio de modelo se consigue a base
de reuniones, con los empresarios, con los sindicatos, con las, en una
palabra, «fuerzas sociales». Pura escenografía que resulta irritante
habida cuenta lo que está en juego. Y es que, de entrada, Antich no
cree lo que se dice nada de nada en el «modelo» que dice propugnar.
Antich -y sus conmilitones y aliados- no sólo no creen en este «nuevo»
modelo, sino que lo detestan: no quieren turismo residencial, no
quieren una oferta de ocio -campos del golf, sustitución de la oferta
hotelera por la oferta de lujo, etc..-, no creen en la seguridad
jurídica de la lex scripta, lex certa, detestan el turismo de élites y
piensan la sanidad, la universidad, la cultura y las rotulaciones de
calles y carreteras en estrictos términos de «identidad catalana» y no
en términos de mercado. El modelo de Antich y cía es el «modelo
menorquín» no un modelo que, en serio, se plantee una alternativa
solvente al actual modelo que ya no da más de sí. El problema, es que
el «modelo menorquín» ha llevado a Menorca al desastre y a la
depresión económica. Va a ocurrir lo mismo en Mallorca si estos
irresponsables indocumentados no son expulsados del poder.

Todo lo que sea excelencia es, no sólo ignorado, sino perseguido. El
Hotel Formentor -uno de los iconos de alcance universal- lleva más de
tres años para que el ayuntamiento de Pollença le autorice los
proyectos que han de transformar la obsolescencia de un hotel que se
cae en una oferta de acuerdo con su proyección e historia. Calvià -que
es el único municipio que, en solitario, se ha planteado en serio la
transformación de su modelo- es ninguneado y boicoteado por el Govern
que no les da ni un euro. La extraordinaria reconversión de Enderrocat
en una oferta hotelera de altísimo nivel por su calidad, buen gusto y
mejor estilo ha pasado por completo desapercibida. Son Bosc es el
paradigma de la desfachatez jurídica y de la confiscación de legítimos
derechos.

Aquí, el Govern y demás van a su bolo. Y su bolo es invadir
propiedades privadas, montar trenecitos que no funcionan y que van
vacíos, construir pistas ciclistas que nadie utiliza y, sobre todo, en
destinar miles y miles de euros al catalán y a los catalanistas que no
sólo no nos sacarán de la crisis, sino que nos hundirán a placer en
ella. Eso sí, Antich y cía asistirán al grandioso ocaso de la época de
mayor prosperidad de esta tierra entonando Els Segadors. El futuro
probable es que Antich deba volverse a Venezuela, una vez conseguido
destruir nuestra economía y recuperando la tradición migratoria de los
isleños.

No es fácil plantear alternativas a un «modelo maduro». El primer
requisito es reconocer la «madurez» del producto, es decir, el fin de
su ciclo, la realidad de una competencia emergente que oferta un
paisaje tan bueno o mejor que el nuestro, una calidad medioambiental y
urbanística impecable, una oferta artística y arquitectural fastuosa,
unos precios imbatibles, encima con el recurso a las devaluaciones
monetarias llegado el caso, y una planta hotelera y residencial que ha
aprendido de nuestros errores. En definitiva, reconocer la madurez es,
de hecho, diagnosticar y, como saben muy bien los médicos, sólo cuando
se diagnostica puede comenzar la terapia sanadora.

El cambio de modelo no lo va a protagonizar ningún Govern y menos aún
«este» Govern que está en las antípodas de lo que representaría un
modelo elitista que debería, incluso, proyectarse en la oferta
vacacional y estacional. Pero sí es muy imporante lo que puede hacer
un Govern: cumplir con sus deberes elementales que se llaman seguridad
jurídica, infraestructuras, no sólo comunicacionales, sino culturales,
asistenciales y sociales. Y una promoción «distinta». Hay ejemplos en
nuestro entorno mediterráneo de economías turísticas «maduras» que han
sabido evolucionar y mantenerse: es el caso de la Costa Azul, de la
Riviera italiana y, ahora mismo, de la Aquitania atlántica. Mucho me
temo, sin embargo, que, aquí, nos limitaremos «a más de lo mismo»,
buscando nuevos mercados que sustituyan a los que nos abandonan:
rusos, chinos o países del Este. En el fondo, será un aplazamiento del
grandioso final.

Y lo que más me preocupa de todo este asunto: ¿qué piensa el PP sobre
el particular? Peor aún: ¿piensa algo, embarcado como está en un
autismo silencioso cuyo desenlace nadie puede aventurar?