Los pelmazos catalanistas quieren tomar el antiguo Reino de Mallorca por asalto. La verdad es que de catalanes no tienen nada. No saben lo que es la rauxa ni la bella locura del artista, del mecenazgo de los señores que hicieron posible el milagro modernista ni de las antiguas familias que suspiran sus fantasmas por el romántico barrio gótico de la Ciudad Condal.
Los trovadores, el amor provenzal y la tierna golfería mediterránea, la gracia de saber jugar
frívolamente con la sprezzatura de El Cortesano de Castiglione, la ligereza y el adulterio civilizado, el seny junto a la excentricidad, la patente de corso que dominaba los mares y fructificaba en un comercio que reunía colosales fortunas que se iban de la noche a la mañana, pero que dejaban un savoir faire a las siguientes generaciones…
Sin embargo los que se empeñan tornar amarga a la dulce Cataluña nada tienen que ver con esta esencia milenaria. Son pequeños hijos de Pujol que caen en nacionalismos estúpidos y comunismos de pandereta. Pero hacen daño y captan a los más niños para amamantarles con un odio irracional.
Ahora han fijado su objetivo en lo que llaman los países catalanes. Y las Baleares, con la ambigüedad de algunos de sus políticos, son objetivo preferente. «Si los nazis ganan, a los primeros que matarán serán a los tipos como yo», decía con razón un catalán universal llamado Salvador Dalí. Es el odio a la diferencia de unos piojos resucitados en una tierra mestizamente mediterránea. Es incomprensible, pero aún más difícil de entender es la tibieza de algunos dirigentes baleáricos que bailan el agua a estos nuevos nacional-socialistas.
Un catalanista nada tiene que ver con Cataluña, de la misma forma que un puritano en nada recuerda a la pureza. Son cosas diferentes que retuercen en sus aburridas pajas mentales. Pero tienen poder, especialmente en la enseñanza, donde pretenden, al modo de los aburridos nazis, hacer tinta roja con la sangre de todos aquellos que piensen diferentemente.
Me hizo gracia una gran dama butifarra cuando echó a unos periodistas, esclavos de sus dirigentes, que pretendían retorcer su historia. «Mi familia lleva más de setecientos años en Mallorca. Muchos más que los que llevan en Cataluña sus actuales dirigentes charnegos, que son talibanes catalanistas con toda la furia del converso. ¿Por qué entonces no permiten que me declare mallorquina?».
Ojalá nuestros políticos tomaran ejemplo de esta dama y no se postraran de hinojos ante los asaltos a la lengua mallorquina y española y del nuevo dominio cat. A ver si empiezan a ser menos ladinos y se pronuncian claramente, tal y como hacen unos verdaderos catalanes que formaron el partido Ciutadans, los cuales se llevaron en tiempo récord una asombrosa cantidad de votos.
El PP debería darse cuenta de que su ambigüedad sólo favorece a su oposición.
El Mundo de Baleares