EN SU ARTÍCULO dominical, el director de este periódico afirmaba: «Cataluña tendrá de 'iure' todos los resortes de un Estado menos el Ejército y el nombre». Zapatero concedió graciosamente a Carod Rovira que Cataluña es una nación. El dirigente de ERC, coronado de espinas, ha fijado para el año 2014 el salto desde la nación al Estado. El convergente Mas afirmó que el nuevo Estatuto es sólo un peldaño hacia la independencia. No se trata de especulaciones periodísticas. Son afirmaciones contrastadas. El 6 de octubre de 1934, Luis Companys no proclamó propiamente la independencia desde el balcón principal de la Generalidad sino «el Estado catalán dentro de la República Federal Española».
El think tank monclovita, encabezado por el faro de la Alianza de las Civilizaciones, replica a los que vaticinan discretamente lo que va a ocurrir en el futuro que «ya lo veis, se ha otorgado el nuevo Estatuto y aquí no pasa nada». Y tienen razón. Aquí no pasa nada ahora. Va a pasar dentro de unos años. Los polvos zapaterescos engendrarán los inevitables lodos de la secesión.
Ni al 5% de catalanes les interesaba la reforma del Estatuto. Así lo certificaron las encuestas solventes. Fue una merced con que Zapatero obsequió a la clase política de Cataluña. Tras dos años de debate y de parafernalia publicitaria ni el 50% de los catalanes acudió a votar, lo que en muchas naciones democráticas hubiera invalidado el Estatuto. Aquí no. La clase política catalana quiere mandar más, aunque eso perjudique al bien común de Cataluña. Y por tal razón estamos en la danza del Estatuto.
No le falta perspicacia a Carod Rovira. Yo no sé si para el 2014 o el 2018 o el 2022. Pero cuando a una clase política voraz se le entrega la Educación y los medios de comunicación hay un porcentaje altísimo de probabilidades de que moldeará a su gusto a la opinión pública. Las leyes que va vomitando el tripartito resultan apabullantes. Y menos mal que el Estatuto que se aprobó en el Congreso no es el que concedió Zapatero, es decir, el votado en el Parlamento catalán por una mayoría de relieve. El buen sentido de varios barones socialistas frenó la frivolidad zapatética.
«Y si llega un momento en que la mayoría de los catalanes quieren la independencia habrá que dársela», afirma ahora el entorno de Zapatero, consciente de lo que en pocos años se nos vendrá encima. Pues no. Se puede combatir ideológicamente en defensa de la unidad de España. No todo está perdido si se establece un pacto de Estado entre el Partido Popular y el Partido Socialista para españolizar Cataluña, es decir, para hacer lo contrario de lo que, desde hace muchos años, están haciendo Carod Rovira y sus cómplices. Hay que empezar reformando la Constitución para cerrar el Estado de las Autonomías -ni una transferencia más- y para recuperar las competencias plenas en Educación. Después habrá que aprobar un presupuesto razonable para defender y difundir, desde el tebeo a la cátedra y durante quince o veinte años, la españolidad catalana. Todo menos la pasividad zapateril, el dejar hacer, la ligereza. Zapatero ha puesto los cimientos para que en pocos años Cataluña se convierta en un Estado independiente. Es un deber denunciar la frivolidad política zapatética y apuntar los medios para evitar que se consume la tropelía.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.