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Hace unos días el diario AVUI entrevistaba a Arcadi Espada. A este profesor de periodismo, y periodista él mismo, no se le ocurrió otra cosa que ratificarse en la opinión, ya expresada en anteriores ocasiones, de que el último Estatuto de Autonomía catalán era un desvarío y de que no menos quimérica era la idea de que Cataluña era, o es, una nación. Se trata de una doble apreciación que comparte una fracción, creo que sustantiva, de la sociedad catalana. El que suscribe estas líneas, sin ir más lejos, también; aunque sea con argumentos distintos a los usados, en algún punto, por Espada. Nimiedades. Detalles. Seguramente dables a la aclaración en escenarios abiertos al debate.
No es el caso. No lo es porque, a renglón seguido, se originó una auténtica deflagración. Improperios, descalificaciones groseras y amenazas implícitas y explícitas. Lo que en términos cinematográficos designaríamos, tras el éxito de Dennis Gansel, como una ola. ¿La tienen presente? Me refiero a esa ola unánime, disciplinada y agresiva a la que da lugar un bienintencionado experimento pedagógico en unas aulas nada dadas, aparentemente, a los excesos. Una ola, volviendo al caso que nos ocupa, que se coló en la edición digital del AVUI y cuya espuma, sucia, acabó salpicándonos a todos. Bueno, en realidad, a unos mucho más que a otros.
Era de esperar. Por dos motivos. El primero, fácil de prever. A poco que frecuenten los espacios en los que se piden las opiniones a los lectores reconocerán que la blogosfera se llena de este tipo de materiales —insultos, escarnios, intimidaciones- con cierta facilidad. Los filtros funcionan mal; si es que funcionan. En rigor, que esto sea así da mayores oportunidades al observador de esta ola concreta. No ha habido diques, la hemos podido contemplar en todo su esplendor. Por momentos resultó apoteósica. Arrebatadoramente catalana.
Cataluña es una región que desde mediados de siglo XIX comenzó a pensarse en singular dentro del proyecto nacional español. Quién fue el responsable de tal deriva es, ahora, lo de menos: que si burgueses o clases populares, que si tirios o troyanos; lo cierto es que el invento funcionó. En el marco de ese proceso, y en unas circunstancias excepcionales de dificultad para el Estado, en esa región cuajó una cultura política nacionalista, un moderno nacionalismo de masas. El nacionalismo no modificó la naturaleza regional del sujeto colectivo, ni la del territorio, pero hizo que el grueso de las culturas políticas operativas se impregnase de ese aroma inconfundible que desprende todo nacionalismo contemporáneo. La historia que vino a continuación es bien sabida. El franquismo y el antifranquismo, con el papel central que en estas materias jugó el fenecido PSUC, jugaron en pro del artificio. Éste se ha instalado en los corazones de los catalanes, o de gran número de ellos, y es el mínimo común denominador que nos identifica. Si no participas de él estás desautorizado para intervenir en el ágora. No formas parte de la comunidad. Eres un inadaptado. Esto lo dicen políticos y periodistas, tertulianos y profesores de universidad, estudiantes asamblearios y amas de casa, a las que se supone pacíficas. Es lo que le echaron en cara a Espada.
Sin embargo, admitamos que no todo es historia. La ola crece y crece. Alguien, no hace mucho, dijo aquello de hagan ustedes el Estatuto que quieran que yo se lo apruebo. El movimiento de las placas tectónicas estatuarias desencadenó un último tsunami. El que no cesa. A algunos les da en la cara; otros surfean sobre la ola sin darse cuenta que, fácilmente, se los acabará engullendo.
Artículo de Ángel Duarte, 30.03.09, El Imparcial