miércoles, 21 de enero de 2009

Manifestación e irresponsabilidad, por Toni Boned


Por un momento pensé que el broncíneo General Vara de Rey bajaría de su pedestal para liarse a mandobles con los asistentes a la manifestación del 10 de enero ante la mirada de sus dos eternas acompañantes, las féminas que simbolizan a España y la Gloria. Espero ansioso el instante en el que la yunta progre y nacionalista arranque definitivamente la estatua o cambie el nombre del paseo con un comunicado bilingüe en catalán y tagalo, en virtud de la ley de recuperación de la memoria antediluviana. Tuve que cruzar el paseo por motivos que no vienen al caso (espero que no me contasen como asistente a la protesta), y debo reconocer que se me agolparon las sensaciones y los sentimientos, algunos de ellos contradictorios. Por una parte sentí cierto alivio y tranquilidad al observar que la concentración fue un absoluto fracaso, que una amplísima mayoría eran ciudadanos musulmanes residentes en la isla y que la convocatoria duró lo que suelen durar las cosas que carecen de sentido. No obstante, también sentí cierta desazón al presenciar el cariz que tomó la concentración: quema de banderas de países amigos, gritos deseando la muerte ajena, muestras de fanatismo religioso, de fundamentalismo islámico, niños enarbolando banderas con las caras desencajadas por el odio y actitudes que nos retrotraen cientos y cientos de años, en clara involución, poniendo en peligro los logros occidentales en el marco de las libertades. Estos comportamientos, llevados a su máximo extremo, han desembocado en tragedias como las de Madrid, Nueva York o Casablanca. Y es peligroso dar alas a estas actitudes. Muy peligroso. Me fastidió la irresponsabilidad de los miembros de gobierno de Eivissa pel Canvi, sonrientes ellos, (¿de qué se reirían?), los sindicatos UGT, CCOO y los sindicatos en los que militan los profesores de nuestros hijos, impasibles ante los insultos, las amenazas proferidas o la simbólica quema de Israel. Ojalá algún día tenga dinero para matricular a mis hijos en la escuela privada. Pude escuchar con asombro el llamamiento al boicot de los productos israelíes. Recuerdo con cierto gracejo la jarana (o jelengue) que se montó cuando algunos ciudadanos, en el libre ejercicio de su libertad y la de su bolsillo, decidieron que era más positivo para la redistribución de la renta entre comunidades españolas menos opulentas que la catalana, comprar los riquísimos vinos espumosos valencianos, castellanos o extremeños, antes que comprar cava catalán procedente de regiones cuyos ayuntamientos habían boicoteado la bandera española de manera sistemática, poco menos que prohibiéndola. Sólo faltó ver a los bodegueros catalanes disfrazados de lagarteranas reivindicando su españolidad al ver peligrar sus ingresos. Pues bien, ante la sonrisa de los políticos de Eivissa pel Canvi y el embeleso de los sindicalistas que viven del bolsillo de todos, se pidió abiertamente el boicot al consumo de productos israelíes. Un país, recordemos, amigo de España, sufrido, sufridor y democrático ante todo.Podrían contarse con los dedos de una oreja los países musulmanes democráticos. Nada les cuento del respeto a los derechos de la mujer, de la igualdad entre ciudadanos, etc... pero eso, señores de Eivissa pel Canvi, aquel día no tocaba.¿La guinda del pastel? La de siempre. El sindicato que aúna a los enseñantes de la isla, insisto, los profesores de nuestros hijos, contribuyó a explicarnos su curioso concepto de la libertad lingüística, avisándonos de lo que nos espera. El comunicado final, efectivamente fue bilingüe: en barceloní y en árabe. Tomemos nota.