Hace un año, a los padres que estábamos en contra de la huelga indefinida en la enseñanza nos acusaban de insolidarios, de no tener interés por la calidad de la educación que recibían nuestros hijos o, en resumen, de ignorantes o fachas. Hace un año, en el campo de batalla en que se convirtieron los colegios e institutos, no cabían los matices: o estabas con ellos (con los docentes) o estabas en contra de ellos y defendías por tanto la política educativa de Bauzá, que es la de un elefante en una cacharrería.
Hace un año, en las asambleas de padres pocos se atrevían a alzar la voz contra la huelga, o a hacerlo de forma clara y sin rodeos. Se arriesgaban a ponerse ellos mismos en la picota, a ser señalados como insolidarios, a volverse antipáticos a ojos de los profesores de sus hijos y de otros padres. En esas reuniones se utilizaban argumentos como estos:
– Estamos enseñando otros valores más importantes: la solidaridad y a protestar ante una situación injusta y con la que no estamos de acuerdo.
Sin embargo, a menudo quienes se expresaban así y defendían que la ciudadanía llevara hasta sus últimas consecuencias el ejercicio de los derechos democráticos, como disentir de las decisiones políticas y protestar contra ellas, interrumpían a los discrepantes en las asambleas, les reprendían por pensar de forma diferente y hasta evitaban darles la palabra, con la misma intransigencia que
criticaban en el Govern. Es decir, defendían en realidad el derecho a discrepar y a protestar de los que pensaban como ellos. Solamente.
criticaban en el Govern. Es decir, defendían en realidad el derecho a discrepar y a protestar de los que pensaban como ellos. Solamente.
También era frecuente escuchar este otro argumento:
– ¿Qué es un curso académico en la vida de una persona? Llegado el caso, ¿qué significa que un estudiante pierda un curso si se consigue parar el TIL, que es una victoria de la que se va a beneficiar el conjunto de los alumnos?
Quienes decían estas frases y otras similares, entre ellos muchos dirigentes de asociaciones de padres y profesores que secundaban la huelga, se arrogaban el derecho a decidir por sus hijos y por los hijos de los demás. En una asamblea de la asociación de padres de un instituto, la presidenta de la Asociación de Padres y Madres de Alumnos (Apima) hizo callar y regañó al representante de los alumnos, un estudiante de 2º de Bachillerato, porque este, tras aclarar que estaba de acuerdo con las reivindicaciones de los docentes y en contra del TIL, manifestó su preocupación y la de sus compañeros porque podían perder el curso y no estar bien preparados cuando llegara el momento de enfrentarse a la Selectividad. El estudiante dijo que temían suspender o no lograr la nota suficiente para elegir la carrera que querían. La presidenta de la Apima cortó al joven, le recordó que estaba allí «por deferencia de la Apima», que le había invitado, pero que era una reunión de padres y él tenía que limitarse a escuchar. Es decir, el único de aquella sala atestada a quien la huelga le afectaba directamente y ponía en juego su futuro inmediato debía limitarse a escuchar lo que decidíamos los adultos que era mejor para él y para sus compañeros.
Hace un año, los padres que no apoyábamos la huelga también éramos desagradecidos, porque los docentes que la secundaban estaban perdiendo dinero día a día (como se nos recordaba machaconamente) en una especie de sacrificio por nuestros hijos: ellos lo hacían por mejorar la enseñanza y por el bien de los alumnos. Ante tamaña generosidad, no cabían objeciones; y si las había, eran de padres ingratos que no aguantaban a sus hijos en casa y que usaban el colegio como aparcaniños. Porque esto también lo escuché hace un año: si estabas contra la huelga no era porque tuvieras unos argumentos tan sólidos y fundamentados como los suyos, sino simplemente porque no sabías qué hacer con los niños si no había clase.
Hace un año, no era posible criticar la huelga indefinida y ser un buen padre o madre, preocupado por la educación de tus hijos y por la calidad del sistema de enseñanza.
Aquellos días apenas había niños en muchos centros, pero no en todos los casos la razón era una adhesión incondicional de los padres a la huelga. Los había que no querían estar a mal con los docentes y optaban por no llevarles; otros, muchos, no se fiaban de cómo estaban atendidos los escolares, que pasaban horas en el patio, o dibujando, o viendo películas o aburridos como ostras. En los institutos se tiraban la mañana en el patio, en algunas ocasiones sin apenas vigilancia, mezclados grandes y pequeños. Cuando preguntabas por si estaban bien atendidos, te respondían encogiéndose de hombros, como diciendo ´Esto es lo que hay. Tú te lo has buscado. No lo traigas y estarás tranquila´.
Los dirigentes de las Apimas y las federaciones de Apimas que hace un año hacían campaña para que los padres no lleváramos a los niños al colegio o al instituto, dicen ahora que siguen respaldando las reivindicaciones de los educadores, pero no apoyan la huelga de un único día convocada para el lunes 15. Hace un año era una huelga indefinida lo que apoyaban; este curso rechazan un solo día. Dicen que la huelga perjudica a los alumnos y no ha servido para nada. De repente, ya caben los matices que hace un año se consideraban propios de fachas.
Los dirigentes de las Apimas y las federaciones de Apimas que hace un año hacían campaña para que los padres no lleváramos a los niños al colegio o al instituto, dicen ahora que siguen respaldando las reivindicaciones de los educadores, pero no apoyan la huelga de un único día convocada para el lunes 15. Hace un año era una huelga indefinida lo que apoyaban; este curso rechazan un solo día. Dicen que la huelga perjudica a los alumnos y no ha servido para nada. De repente, ya caben los matices que hace un año se consideraban propios de fachas.
¿Quién explicará ahora a los chavales como aquel a quien hicieron callar en una asamblea de padres que los 15 días lectivos que perdieron el curso pasado no sirvieron para nada? No sirvieron para que se cambiara la aplicación del Tratamiento Integrado de Lenguas ni para acercar posturas ni para negociar nada, dada la radicalización cerril de ambas partes. Pero aquellas tres semanas perdidas tuvieron consecuencias penosas para algunos estudiantes, especialmente de 2º de Bachillerato, algunos de los cuales incluso están repitiendo curso.
Decían que tres semanas no eran tan importantes en un curso. Muchos padres nos preguntábamos qué hacían entonces los alumnos en clase de cinco a siete horas diarias, de lunes a viernes, si perder tres semanas no es tan importante.
Las asociaciones de padres defendieron hace un año el derecho de los docentes a hacer huelga indefinida y se olvidaron del derecho de los niños a la educación, y del derecho de otros padres y madres a discrepar, y por tanto fueron la voz de una parte, no del conjunto.
A menudo se critica la falta de implicación de los progenitores en los centros escolares y en las asociaciones. Ahora será difícil saber si la desvinculación de muchos se debe a desinterés o más bien al desencanto que experimentaron hace un año, al sentir que sus derechos y los de sus hijos eran ignorados y despreciados por las mismas asociaciones que debían defenderlos, alineadas de forma incondicional y acrítica con las posturas de los docentes más radicales. Este grupo de padres era mucho más numeroso de lo que creían los dirigentes de las Apimas, pero también mucho más silencioso y desorganizado.
Ahora que parece que se recupera la sensatez, y se aboga por lograr que el curso transcurra con normalidad y no se repita el desquicie y la crispación de hace un año, es de esperar que la postura de las Apimas no cambie ante la huelga indefinida que se anuncia para abril y con la que algunos docentes amenazan con reventar el final del curso.
Y sí, es posible criticar los recortes y la imposición del TIL sin medios y de forma precipitada y nada pedagógica, y compartir parte de las reivindicaciones de los docentes (las directamente relacionadas con la mejora de la enseñanza), y a la vez, estar en contra de la huelga en la educación.