Un episodio acaecido esta semana me ha hecho desempolvar mis estudios sobre totalitarismo. En los años treinta, la Rusia estalinista se vio sacudida por los llamados Procesos de Moscú. Se trataba de farsas judiciales del régimen soviético que servían de propaganda y de advertencia a los disidentes, cada vez más horrorizados ante las purgas de Stalin y los métodos empleados por su polícia secreta. Las víctimas no eran hombres cualesquiera. Entre los acusados de traición a la línea oficial del partido había legendarios héroes de la Revolución de 1917, la élite de los viejos bolcheviques, como Zinoviev, Kamenev, Mrachkovsky o Bukharin. Su fidelidad al partido era absoluta. Para estupefacción de todo el mundo, los acusados iban desfilando por el banquillo confesando crímenes horripilantes contra el partido y papá Stalin que nunca habían cometido. Lo hacían convencidos de que, confesando estas mentiras fantásticas en su contra, rendían el último tributo al comunismo. Incriminándose a sí mismos, sacrificando su honor y su dignidad como seres humanos, se hundían en el fango de la opinión
pública, convencidos de que así servían a la ideología comunista. Los Procesos de Moscú causaron estupor en el seno de las democracias occidentales, incapaces de entender que alguien pudiera morir por la lógica de sus propias creencias, deudoras de una ideología feroz. Occidente sigue sin entender el poder mágico de las ideologías totalitarias.
Nuestras democracias no son inmunes al totalitarismo. Es cierto que no podemos hablar de regímenes totalitarios, pero sí de movimientos totalitarios que siguen la misma lógica. Para los profanos, resulta muy difícil comprenderlos puesto que estas mentalidades fanáticas han abandonado la moral común y tradicional para sacrificarla por la idea que les carcome a diario. Esta semana, como habrán leído, el Institut d’Estudis Baleàrics presentaba por fin el libro “Les modalitats insulars”, un compendio de formas genuinas baleáricas admitidas por la normativa del Institut d’Estudis Catalans, la autoridad en la materia. Nada revolucionario, por tanto; de hecho ni siquiera el IEB hace ninguna recomendación sobre si estas formas deben ser preferentes o no en la Administración o los libros de texto. Pues bien, poco después de que el digital de referencia para el catalanismo isleño diera cuenta de la noticia, Bàrbara Sagrera, licenciada en Filología Catalana y una de las autoras o colaboradoras de “Les modalitats insulars”, enviaba el siguiente comentario al digital –o sea, a la comunidad nacionalista–, en un acto de contrición insuperable.
“La primera cosa que vull aclarir és que jo no som l’autora d’aquesta publicació. Som llicenciada en filologia catalana i professora de català de professió. Sempre he intentat transmetre als meus alumnes el respecte cap a la nostra llengua catalana procurant ensenyar-los un model de llengua correcta i normativa. M’he esforçat per fer-los entendre la variació dialectal com una manifestació natural de qualsevol llengua i mai no l’he utilitzada per atemptar contra la unitat de la llengua.
És veritat que una col·lega meva filòloga, que treballa a l'IEB, em va demanar, com un favor personal, que li revisàs aquesta feina per allò que quatre ulls hi veuen més que dos. El que vaig llegir llavors era una feina rigorosa: una descripció de les formes dialectals de cada illa, tot explicant quines eren normatives, i una distribució dels àmbits en què era correcte usar-les. Res més lluny, doncs, del que explica aquest titular, i és que ara, la publicació en qüestió, es presenta com una aportació al secessionisme lingüístic. Em sap greu que hagin utilitzat el meu nom per fer-ne bandera.
La tècnica de l’Administració, autora del llibre, no sé si hi té res a dir però m’és igual. La meva intenció és només deixar clar que estic en contra de les actuacions d’aquest govern en matèria lingüística i que mai no han tengut el meu suport.”
(...)
Publicado en el El Mundo-El Día de Baleares, 15-12-2013