Es encomiable el objetivo del Institut d´Estudis Eivissencs (IEE) de preservar la memoria de la identidad ibicenca. Tal identidad incluye la peculiaridad admirable que han disfrutado todos los llegados de fuera de la isla y que a tantos ha inducido a quedarse: el respeto y apertura de los ibicencos a modos de ser diferentes. Lo han demostrado invariablemente acogiendo a refugiados, artistas, hippies, decenas de miles de trabajadores, pensionistas extranjeros y millones de turistas cada año. Ibiza gana, con su tolerancia a lo foráneo, la diversidad que la enriquece y la convierte en una tierra cosmopolita donde las haya. Esa historia reciente de Ibiza es incongruente con los que aseguran proteger lo ibicenco pero se dedican a descalificar a quien no piense como ellos.
El señor Serra, presidente del IEE, se refiere a los que disienten de su postura en términos nada ibicencos: rancios, casposos, recalcitrantes, estúpidos, sin sentido del ridículo, y otros epítetos por el estilo les dedica Serra en las páginas de este Diario. Luego afirma que la política lingüística del actual Govern es «franquismo puro y duro». Esconde Serra que sus conciudadanos de Baleares dieron al
Govern una mayoría absoluta, en elecciones libres y abiertas, con la promesa de aplicar la política lingüística que le encoleriza. Homologar a nuestro Govern con el franquismo es un vituperio más dentro de la flatulencia verbal de que hace gala Serra, porque si de algo adoleció el franquismo es de programas votados y de elecciones libres.
El iluminado que se cree en posesión de las esencias propende a denigrar a quien no se identifica con sus ideas y a hermanarse con el estilo del franquismo puro y duro: la incontinencia en la expresión y la condena del disidente, notas del franquismo demasiado bien emuladas por el presidente del IEE.
Le extraña que le llamen comunista, porque Serra no se ha parado a considerar que los comunistas se especializaron en defender que su ideología es científica y sus discrepantes esquizofrénicos, y en esto se semejan, Serra y los comunistas, como dos gotas de agua: él acusa de «miseria cultural y científica» y «esquizofrenia» a cuantos nos opongamos a sus tesis. Afortunados somos de que Serra no disponga de archipiélago Gulag ni de autoridad para internarnos en tal sitio. Otra ideología que se pensaba científica, la nacionalsocialista, también eliminó sistemáticamente a sus detractores y sus esquizofrénicos. Parece connatural a la mentalidad totalitaria declararse científica, despreciar a sus rivales, declarar orate al disidente y acabar con su libertad y hasta su vida.
Síntoma de poca inteligencia, poca estima a aquello que somos, castellanoparlantes «envalentonados y con reacciones primarias»: el peligroso lenguaje de Serra exige un tratamiento urgente a base de tolerancia ibicenca.