martes, 21 de abril de 2009

Olav contra la tribu, por Federico Quevedo, El Confidencial


Tiene once años, y nombre de vikingo. Quizá por eso ha decidido que no van a poder con él. Olav se ha convertido, por méritos propios, en todo un símbolo de la lucha por la libertad: la libertad de poder hablar, expresarse y escribir en la lengua en la que a uno -en este caso a Olav- le de la real gana o se le ponga en sus santos bemoles. Olav era un niño normal, con su vida de niño normal, lejos de los focos de la atención mediática, hasta que ayer el diario El Mundo lo trajo a su portada y, desde ese momento, se convirtió en un protagonista más de la sinrazón, en una víctima de la tribu, en una obsesión para aquellos que no son capaces de ver más allá de sus narices y de la aldea en la que han convertido la convencía allí donde gobiernan: los nacionalistas. Olav es hoy una esperanza, la de que incluso en la aldea es posible encontrar personas, y hasta niños, capaces de ver el mundo como un lugar abierto a la libertad de cada uno. Olav se ha declarado en rebeldía, ha dicho que “no” a tanta absurda imposición, ha levantado la voz contra quienes quieren hacer que se calle y, sobre todo, ha puesto en evidencia a esos que van por la vida repartiendo certificados de democracia y son los primeros que deberían pasar por la ITV del sistema toda vez que se han vuelto unos aristócratas totalitarios.

Pero este no es un problema nuevo. La causa de Olav -poder escribir y hablar en el idioma oficial del país en el que vive, es decir, el español- es la causa de muchos miles de personas que, sin embargo, prefieren sufrir esa persecución en silencio para evitar represalias que serían aún peores. Solo en Baleares un 90% de los colegios margina el castellano. En Cataluña el porcentaje debe de llegar casi al cien por cien. Por ese mismo camino iba el bipartito en Galicia, y en el País Vasco ocurría tres cuartos de lo mismo. Allí donde el español convivía con un segundo idioma oficial, el nacional-socialismo imperante hacía lo posible por cargárselo evitando su uso, y se generó un problema donde nunca lo hubo. El español, el castellano, la lengua de Machado y Pardo Bazán, de Joan Marsé y Ana María Matute, la lengua universal que encumbró a Miguel de Cervantes al título de uno de los mejores escritores de la humanidad junto a Shakespeare, marginada y pisoteada por una pandilla de pazguatos que no son conscientes del atentado cultural tan brutal que están cometiendo contra sus propios intereses y los de los ciudadanos a los que gobiernan. Su idea de sociedad, su visión de la convivencia, es la de una regresión al aldeanismo más arcaico, tan alejado de la idea de una sociedad abierta y plural que produce vértigo. Caminan en sentido contrario, a pasos agigantados se alejan de ese ideal universal de libertad que acompaña al hombre.

El caso de Olav es preocupante, porque pone de manifiesto que el Estado no es igual para todos, que hay ciudadanos de primera, y ciudadanos de segunda. Que no es lo mismo vivir en Madrid, que vivir en Cataluña o en Baleares. Que la seguridad jurídica de un niño en un colegio de Móstoles es infinitamente superior a la seguridad jurídica de un niño de un colegio de San Antonio de Portmany. Pone de manifiesto que hay ciudadanos a los que la ley protege, y otros ciudadanos a los que la ley coacciona, que hay ciudadanos que tienen reconocidos sus derechos constitucionales fundamentales, y otros ciudadanos que ven como esos derechos son permanentemente vulnerados y violados por las mismas autoridades que se suponen están ahí para defenderlos. Y esto es dramático, porque si es verdad que el nacionalismo se ha convertido en una apisonadora de la ley, no lo es menos que el Estado ha dejado abandonados a los ciudadanos que viven en esas regiones en las que el nacionalismo impone su particular ley, aunque sea contraria a las leyes generales. Y eso es posible porque, de hecho, el partido que gobierna en el país se ha vuelto más nacionalista que los propios nacionalistas en esas regiones. No solo es que se haya identificado con la causa nacionalista, sino que además la ha hecho suya elevando al cuadrado la radicalidad propia del nacionalismo.

Salvo allí donde las circunstancias electorales le son desfavorables. El PSOE ha perdido en Galicia y es de suponer que haya aprendido la lección de por qué. Y en el País Vasco no ha podido llevar adelante su proyecto de pactar con el PNV porque el resultado electoral se lo ha impedido, y porque los socialistas se han dado cuenta de que por ese camino el castigo en las urnas era inevitable. Caso distinto parece ser el de Cataluña y Baleares, donde el PSOE sigue empeñado en gobernar a favor del viento nacionalista, favoreciendo la práctica de una política totalitaria y adecuada al pensamiento nacionalista más radical. Es ahí donde el socialismo ha abdicado de su propia visión universal y se ha convertido en un miembro más de la tribu, de una tribu que, como todas las tribus, solo ve enemigos por todas partes y pone todo su empeño en defenderse cerrando sus mentes a la apertura y levantando muros de vergüenza entorno al poblado, muros como este de la marginación del castellano, muros como el castigo a la libertad de expresión y de comunicación. Frente a la sinrazón de la tribu, Olav se ha convertido en un ariete del sentido común y de la libertad. Ahora necesitará que no le dejemos solo, que le acompañemos en su particular gesta contra la intolerancia.

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